En el jardín del Gran Gatsby
Si hay una seña de identidad que define al mercado del arte es la especulación
El mercado del arte lleva acampado desde hace años en el jardín del Gran Gatsby. Todo es música, risas, chicos guapos, mujeres bellas y cálidas noches de verano. Un escenario orgiástico anegado por un torrente de dinero. El año pasado Christie’s y Sotheby’s vendieron arte por valor de 14.000 millones de dólares (12.375 millones de euros al cambio actual). La mayor cuantía de su historia. Y unas 2.000 piezas superaron el millón de dólares. En 2004 solo 460 rompían esa barrera. En total, el arte manejó en 2013 más de 47.000 millones de euros, según las últimas cifras de la European Fine Art Foundation.
Pero si hay una seña de identidad que define al mercado es la especulación. Artistas entre la veintena y la treintena (Óscar Murillo, Jonas Wood, Lucien Smith, Alex Israel o Jacob Kassay) han visto revalorizarse sus obras hasta el 3.000% en un par de años. Ningún activo financiero da semejantes ganancias en tan corto tiempo. El arte se gestiona como si fuera una acción de Bolsa y genera jugadores inesperados. Uno es Carlos Rivera, 27 años, quien ha diseñado un algoritmo para invertir en creadores emergentes a quienes trata igual que si fueran títulos del parqué. Los sitúa en tres categorías: “comprar”, “vender ahora” y “liquidar”. Imaginen el destrozo que produce en un artista. Rivera se defiende. “Si la carrera del creador se desmorona es por una mala gestión comercial debido a una excesiva producción y una nefasta distribución de las obras”.
Por ahora la demanda es tan elevada que cada dos semanas se organiza una feria de arte en alguna ciudad del mundo. Esta fuerte presencia cambia el statu quo del sistema. “Algunos de estos certámenes adquieren una autoridad que se equipara a la de los museos”, relata Bartomeu Marí, director del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, Macba. “El mundo del arte está dominado por marcas, y las ferias y los museos se han convertido en una más”.
Ese puente es real si pensamos que nunca ha sido tan intensa la relación entre el arte y las enseñas de lujo (Prada, Louis Vuitton, BMW). La expresión plástica se alimenta de la enorme liquidez en manos de coleccionistas chinos, latinoamericanos, estadounidenses, árabes e incluso africanos. Es lógico, pues, que los números respondan. En noviembre pasado Christie’s logró 852,8 millones de dólares (751,7 millones de euros) con una sola subasta en Nueva York de arte contemporáneo. Demostrando que un imposible, la puja de 1.000 millones, anda cerca. Una vez en marcha el tren del dinero, todos compran el billete.
Por eso las casas de pujas han subido las comisiones que aplican a los compradores y se arriesgan a garantizar (cubrir un precio mínimo al propietario) más obras con el fin de quedarse la pieza. A la vez, grandes museos, como el MOMA, aprovechan la bonanza para vender fondos de sus colecciones y hacer caja. ¿Resultado? Crece la avidez por las obras de enorme calidad de artistas consagrados (de Monet a Richter) y los precios se disparan.
Solo los maestros antiguos se salvan de la especulación. El año pasado las subastas de esta categoría sumaron 1.000 millones de euros, unos 400 millones menos que en 2011. ¿Por qué? “Las barreras de entrada son altas: erudición, autoría, autenticidad, pocos participantes y niveles elevados de precios”, apunta el coleccionista Stefan Simchowitz.
El arte contemporáneo emite menos dudas. El mercado seguirá fuerte. Los coleccionistas continúan llegando y la oferta de grandes obras es limitada. En esta arcadia reinan Richter, Warhol, Koons, Twombly y Bacon. Aunque también surgen nuevos jugadores (Marlene Dumas, Peter Doig o Anselm Kiefer) que reclaman el protagonismo del dinero.
Pero quizá el gran problema del mercado sea que olvida sus propios errores. Alfonso E. Pérez Sánchez —durante años director del Prado— lo dejó escrito: “¿Quién creería que los cuadros del hoy olvidado José Aparicio se valoraban por encima de los de Goya en los inventarios de Fernando VII? ¿O que obras de El Greco pudieran comprarse por 500 pesetas, cuando se estimaban en cientos de miles las de Francisco Domingo Marqués?”. ¿Quién iba a imaginar que el crash de 1929 silenciaría la fiesta en el jardín del Gran Gatsby?
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