Pasado
El acierto de 'Ochéntame otra vez' es divertirnos con la Movida o el destape, pero tratar con crudeza lo que no fue gracioso de esa década: el terror, la droga o el paro
Parecería que no ha habido generación más nostálgica que la que llaman de la EGB, pero no, solo ocurre que los hijos del baby boom español, ahora cuarentañeros, son la gran masa consumidora. Es por ese peso demográfico por lo que los ochenta venden mucho: venden Radio Futura y Spandau Ballet, Verano azul y el Naranjito; incluso venden los cursis Pecos y la descocada Sabrina de aquella Nochevieja. También venden mucho dos libros (uno de Javi Nieves, otro de Javier Ikaz y Jorge Díaz) que se recrean en el olor de las gomas Milán, el sonido del walkman, el sabor de los petazetas.
Ochéntame otra vez es una serie de documentales de buen nivel que La 1 emite en ración doble tras Cuéntame, y que copa la conversación en las redes sociales en la medianoche de los jueves. TVE exhibe a menudo la fuerza de su archivo; aquí además hay un notable trabajo de contextualización. No se limita a recordar lo entrañable: también nos muestra lo que preferíamos dar por olvidado.
El mayor acierto del programa es divertir con los temas graciosos y tratar con crudeza los que no lo son. No todo fue Movida y destape. Los capítulos sobre la música de aquellos años (la de Madrid y la de Vigo, la nueva ola y el rock de barrio) resultaron muy atractivos; fascinante el que trató el estallido del erotismo después de la censura y antes de la corrección política (¿pueden imaginar hoy una entrevista como la de Umbral dirigiéndose a los pechos de Victoria Vera?).
Pero los ochenta también fueron años de plomo, de caballo, de lunes al sol. Fue impactante el reportaje sobre aquel país en que morían casi cien personas al año por el terror etarra y algunas más por la guerra sucia. El episodio dio en el clavo al poner el foco en el muro de silencio y miedo que dejó solas a las víctimas. Fue un ejercicio de saludable y tardía autocrítica de una sociedad que entonces prefería mirar a otro lado, al divertido.
La perspectiva, la distancia temporal, permite a los informadores y a los protagonistas ser más sinceros y serenos. Lo que se echa de menos es que la televisión pública haga el mismo esfuerzo para explicarnos el presente, que es igual de desconcertante. También tenemos de qué reírnos y de qué avergonzarnos hoy. ¿Se puede analizar lo actual con la misma honestidad? No nos hagan esperar tres décadas.
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