Édichka
Para Eduard Limónov, los conflictos separatistas tienen mucho que ver con el deseo de las élites provincianas de alcanzar un estatus de gobernantes y líderes en países nuevos
La publicación en España del libro de Eduard Limónov, Soy yo, Édichka, sirve para acercarnos a este escritor, asociado con el nacionalismo nostálgico ruso, que fue retratado por Emmanuel Carrère. Apareció en Francia en 1979 con el ridículo título de El poeta ruso prefiere los negros grandes, porque entonces al mercado lo que más le atraía del autor eran los encuentros homosexuales en su desatada vida precaria como exiliado en Nueva York. Pero leído hoy lo más atrayente resulta el retrato del desarraigo. Exactamente igual que los exiliados románticos de la Rusia zarista del XIX expresaban su frustración, una vez instalados en Francia o Inglaterra, porque aunque habían ganado la libertad de expresión habían perdido el vínculo con la sociedad y el contexto al que pertenecían, también los últimos exiliados de la URSS en la segunda mitad del siglo XX sobrevivían en el mundo occidental desgarrados de su cultura. Y en el apasionante relato de Limónov hay una salvaje mirada al páramo alrededor.
Para él, los conflictos separatistas tienen mucho que ver con el deseo de las élites provincianas de alcanzar un estatus de gobernantes y líderes en países nuevos, aunque la experiencia resulte fallida a la larga. Defensor a ultranza de que la mejor medicina contra los delirios de raza es la mezcla de sangre hasta diluir las diferencias de patria, religión y origen, el derrotero lo ha terminado por convertir en un firme opositor a Putin. Ignacio Torreblanca nos advertía en un artículo reciente sobre el desafío bélico de Rusia al mundo y en el mundo televisivo, el canal ruso RT resulta ser una muestra de la potencia del país, con su discurso a la contra y muy persistente, que ofrece información diaria sobre la posición rusa.
Lo que hemos apreciado durante el conflicto con Ucrania, la ya famosa no-guerra que tantas víctimas se ha cobrado, incluido un avión comercial cargado de pasajeros, es que en las fronteras europeas se sigue dirimiendo un pleito territorial de siglos. Quien creía vivir en un espacio curado de esos espantos, más vale que siga instruyéndose en el pasado para comprender el futuro. El relato de Eduard Limónov, desgarrado y desafiante, es un buen recorrido por la mentalidad íntima de quienes son hijos de aquel país.
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