_
_
_
_

Talento, oficio y elefantiasis

El mundo inquietante, gótico y violento de Joyce Carol Oates vuelve en 'Carthage'. Mantiene la astucia para sorprender, pero también el afán por lo accesorio

Agustín Sciammerella

Comentar la nueva novela de este portento de la narrativa llamada Joyce Carol Oates (Lockport, Nueva York, 1938) exige a priori decidir. En este caso sobre si vas a exhibir ante ella, como un espantajo, los tópicos temas de crítico holgazán. Lo de la eterna candidata al premio aquel. Lo de que es demasiado prolífica y además sobre los mismos temas (del tipo "no, Dickens, otro libro más sobre huérfanos, no, por favor"). Y, la joya de la corona, el uso particular de la violencia que hizo que escritores machotes como Norman Mailer la admitieran como una igual (¿!). Intentaremos sortear esos amarres.

A su nombre y bajo seudónimos, Oates es autora de más de un centenar de novelas, libros de relatos, poesía, teatro y ensayo. Desde sus inicios ha sido constante el gotear de novelas que le han llevado a edificar un mundo cada vez más personal, gótico, inquietante, violento pero siempre humanista, donde los personajes, en gran manera predestinados, hacen lo que pueden. Tratados sin ambigüedad, ajenos a juicios de valor externos. La complejidad de una sociedad no es nada comparado con la complejidad del alma humana, defiende en todas y cada una de sus obras Joyce Carol Oates. Estuvo allí con lo más grandioso de la narrativa estadounidense del siglo XX. De Truman Capote —que la odiaba— a los Updike, Roth o Bellow, sobreviviendo en fuerza y proyecto literario a todos ellos que han fallecido o están agotados en la cuneta. Con su pinta de ama de llaves de la casa Usher (en los setenta/ochenta no solo la odiaba Capote: también su óptico), ha cincelado libros prodigiosos como dar la vuelta al calcetín Monroe (Blonde), las sucesivas cuentas familiares sin pagar (Mamá, Ave del paraíso, muchos de los soberbios cuentos de Infiel, Las hermanas Zinn, La hija del sepulturero) y nunca dejando de dar cobijo a temas contemporáneos de la sociedad norteamericana (belicismo, pena de muerte, violencia endémica, religión, sexualización) y universales (soledad, desarraigo, adolescencia, venganza, desamparo, sexo). Una obra solvente que en España han venido sirviendo desde la editorial Laertes, Punto de Lectura, Lumen, Versal y, en los últimos años, Alfaguara.

Oates tiene mucho talento. Son los suyos libros edificados, levantados a pulso. Bien narrados, con personajes casi siempre en un coro de habitaciones estancas en que se ven, se escuchan, conviven, pero a cada uno de ellos le va creciendo hacia dentro una mampara que les aísla del resto. Oates es tan grande que, como los buenos narradores y los buenos demiurgos, entiendes a todos y entiendes todo. Al agresor y a la víctima. A las causas y a los efectos. A la historia de los hechos y a la de los sueños y las renuncias. Y donde no le llega el talento lo suple una tonelada de oficio. Sabe esconder las cartas, llamar la atención del lector cuando le ha distraído demasiado, cortar, trocear y servir una línea narrativa que a veces te sustrae de leer porque deja que la imagines.

Hubo un crítico que comparó su literatura con el impacto de una pelota de baloncesto en la cara cuando no te la esperas. Esos instantes en que la violencia aparece, golpea y necesitas tiempo para recuperar tus puntos de referencia. Eso tan difícil y que ella hace tan bien. Esta escritora de casi 80 años no ha perdido el toque, la malvada astucia de saberte distraído en la cancha para saber que ése es el preciso momento de pasarte la pelota. Pero también está lo otro. La elefantiasis. Ésta consiste en un síndrome que conlleva el aumento enorme de algunas partes del cuerpo, generalmente las extremidades inferiores. Es decir, aplicado a ella, algunas partes de las novelas le crecen casi siempre con exceso.

Carthage empieza con la desaparición de la menor de las hijas de la familia Mansfield. Las sospechas enseguida recaen sobre un excombatiente

Quizá sea una voluntad de incluir temas accesorios —que su oficio siempre encuentra un nexo con la trama principal aunque a veces peregrino—, de parecer que se está en el hoy y en el ahora o una autoflagelación por la documentación movida y no necesitada. Lo cierto es que esas, a veces, cientos de páginas bien escritas pero digresivas, casi caprichosas que hacen que una gran novela quede en una buena novela o esté a punto de naufragar si no fuera por lo de antes. El talento y el oficio. Y Carthage, la nueva entrega, tiene todo de eso.

Carthage empieza con la desaparición de la menor de las hijas de la familia Mansfield. Las sospechas enseguida recaen sobre un excombatiente en Irak. Un buen tipo que vuelve reventado moral y físicamente de la contienda, y ello acarrea el fin del compromiso matrimonial con la hermana mayor de la desaparecida. El perfil psicológico, sus motivaciones, el río helado o pura lava que discurre por dentro de la docena de personajes relevantes es, como siempre, excelente, lúcido, de flecha en el corazón de la manzana. El cambio de foco de víctimas a responsables, de responsables a mártires, de hombres y mujeres cegados (por la fe, por la injusticia, por el dolor, por la desubicación, la venganza o el desamor) está llevado con temple así como los distintos avatares de la trama principal (desaparición, búsqueda, prisión, falsa expiación de unos y otros).

En algunos casos se fuerza y retuerce el mecanismo del muñeco en la caja —del mismo modo que Roth en La mancha humana con quien tiene también otras similitudes—, pero es salvado por la autora. Lo que no se le perdona son esas cien o doscientas páginas sobre la visita al centro penitenciario, la vida de personajes secundarios, el día a día en Irak. Temas que bien podados de páginas pueden cimentar el comportamiento de los personajes, pero en su integridad consiguen que de poder estar hablando de un novelón lo hagas de otra novela de Oates. De ésas que lees con enjundia, pero también anhelando unas tijeras.

Carthage. Joyce Carol Oates. Traducción de José Luis López Muñoz. Alfaguara. Madrid, 2014. 536 páginas. 19,50 euros (digital: 9,99)

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_