Pathé
La fundación Jérôme Seydoux, propietarios de la marca cinematográfica Pathé desde 1990, ha presentado el edificio diseñado por Renzo Piano para albergar su filmoteca
Un poco antes que Louis Vuitton inagurara su palacio de exposiciones firmado por Frank Gehry, la fundación Jérôme Seydoux, asociada a Vivendi, propietarios de la marca cinematográfica Pathé desde 1990, ha presentado el edificio diseñado por Renzo Piano para albergar su filmoteca propia. Su patrimonio se remonta a los albores del cine, cuando aún nadie sabía si estábamos ante un negocio, un arte, una industria, pero los cuatro hermanos Pathé se lanzaron a producir discos y películas. Está situado cerca del barrio latino de París, que aún preserva sus salas de cine porque la exhibición en aquella ciudad siempre ha sido tratada con el respeto que se le da a las farmacias, tan distinto al modo en que los Ayuntamientos españoles masacraron las salas de cine en nuestro país con un cambio de la ley española sobre locales de uso público que bendijo y expandió la especulación inmobiliaria, propiciando el traspaso de las salas más relevantes de cine y teatro hacia franquicias de ropa y mercadería.
Pathé inició la muestra de su increíble archivo con los cortos del español Segundo de Chomón. Figura que representa otra riqueza de nuestro patrimonio visual sufragada desde fuera ante la ceguera nacional. Con las productoras españolas hundidas por los impagos estatales, sería una locura pensar en que empresas privadas protegieran nuestro catálogo de cine. Basta ver el estado de las copias y las ediciones de DVD, muchas veces producidas con lamentable desdén por distribuidoras y sellos que no prestigian la mercancía que poseen para desespero de los consumidores que aún quedan y los autores vivos pero muertos de asco.
La Filmoteca Española se ha trasladado a un edificio adecuado en Madrid, por fin, con cámaras de conservación bien diseñadas, pero se enfrenta a un vacío de recursos alarmante. Inventar un sistema de mecenazgo donde cada año se salvara de la destrucción al menos una película del fondo de nuestro cine ayudaría al trabajo de hormigas que ya hacen para que no se evapore una parte de lo que fuimos. Sabemos que los soportes digitales no tienen ni tan siquiera la esperanza de vida de materiales más arcaicos como el celuloide, así que el peligro de desaparición es real. París tiene sus millonarios; a nosotros solo nos queda París.
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