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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dinamarca

Lo que no gusta de la tele a los politicos es cuando se pone en su contra. Es como si los marineros culpan al viento de su destino

David Trueba

En la comparecencia de Jordi Pujol ante el Parlamento catalán para dar explicaciones sobre su delito fiscal se pronunciaron varias descalificaciones hacia la televisión. Pujol riñó a varios diputados por querer convertirse en estrellas y transformar la sesión en un espectáculo. El portavoz de CiU insistió en que no podía convertirse la sesión en un plató televisivo. Y, sin embargo, era retransmitido por la televisión, como al día siguiente fue retransmitida por TV-3 la firma de la ley de consultas tras días de espera de las cámaras y equipos técnicos a que estuviera listo el actor principal y el guion medido. A estas alturas ya se sabe que la gran perdedora del proceso secesionista es la televisión pública catalana, a la espera de llegar a identificar a los ganadores. La tele pública española, como veremos a lo largo de la semana, tampoco está para dar lecciones.

Se desprecia y aprecia la televisión en días consecutivos. Lo que no gusta de la televisión a los políticos es cuando se pone en su contra. Es algo así como si los marineros culparan al viento de su destino. Ya saben, cuando embarcan, que esa fuerza no pueden llegar a dominarla y lo mejor es plegarse inteligentemente a su brisa. Sabemos que los ejecutivos televisivos no están interesados en nada que no sea negocio, pero si algo tuvo de dolorosa la comparecencia de Pujol no lo puso la televisión. Irritado y desafiante, el protagonista expuso al público su mecanismo exculpatorio en clave de fatalidad.

Shakespeare no hizo otra cosa en su carrera que atrapar comparecencias como la de Pujol y ponerse a escribir con ellas en la cabeza obras de teatro que sucedían en Dinamarca o en Venecia. Cuando algún político explica que con su actividad profesional ha perdido dinero y salud, lo que está intentando es mostrarnos el mecanismo interior que le llevó a autoconvencerse de que tener cuentas opacas y permitir que se desviara dinero hacia intereses personales no era un delito, sino un cobro justo. De ahí la ira, la incomprensión y la riña al resto del reparto de ese Estudio 1 grabado en el Parlamento. Lo quieran o no, parece obvio que con esos mimbres no podía fabricarse otra cosa mejor que un perturbador espectáculo televisivo.

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