Pobreza
Los amantes despechados son fuente inagotable de riqueza periodística, pero al andar de los días esa supuesta riqueza se transforma en pobreza mediática
Si François Hollande y los franceses creían haber superado la zona de histeria que provocan a su alrededor los affaires sentimentales se equivocaban. No bastan las invocaciones a la esfera privada y la solidez de las instituciones frente a la fragilidad de los sentimientos personales. La prensa y sus consumidores están demasiado ávidos del relato íntimo como para dejar que las infidelidades y las batallas de alcoba sean despachadas por sus protagonistas y no por la sociedad al completo. Pero habría que preguntarse también por qué una estrategia editorial y una venganza personal como la de Valérie Trierweiler es acogida con tanta sorpresa y desmesura cuando, en realidad, es complicado encontrar una sorpresa menos sorprendente y una desmesura más previsible y acotada.
Los amantes despechados son fuente inagotable de riqueza periodística, pero al andar de los días esa supuesta riqueza se transforma en pobreza, pobreza mediática y ruina social. El cotilleo y la maledicencia no son información.
La antigua amante ha golpeado donde más le duele al presidente de la República: su supuesto desprecio hacia los pobres. En la pugna política, el socialista Hollande ha visto salir del Gobierno a tres ministros que se mostraban en desacuerdo con sus reformas. En una carta abierta, la titular de Cultura, Aurélie Filippetti, encaraba las dos fidelidades puestas en contraposición: la que todo ministro debe a quien le nombra y la que debe, también, a los votantes. Según ella, existía una discordancia entre el programa presentado a las elecciones y la acción final del Gobierno. Nos tememos que esa discordia, propaganda frente a realidad, anida en la esencia de la democracia electoral.
La ministra Filippetti ha sido sustituida por Fleur Pellerin. Niña coreana abandonada en la calle a la que adoptó una familia francesa y que se convierte en otro guiño del destino. Especialista en cultura digital afronta la dura pugna de las industrias europeas contra los gigantes transatlánticos de la comunicación. En esa guerra, tan comercial como ideológica, es donde se cifra buena parte del destino español, porque nuestras autoridades culturales, verdaderos desdentados en el océano donde se juega la gran liga, carecen de plan. Así que dependemos de Francia y Europa para alcanzar la mera supervivencia mientras andamos distraídos en la peleíta del cotilleo sentimental.
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