Grietas en la Capadocia
'Winter sleep', de Nuri Bilge Ceylan, refleja la Turquía actual, tanto la interior como la exterior
A diferencia de ciertos sitios famosos por su belleza, “el paisaje”, dice el filósofo y crítico literario japonés Kojin Karatani, se refiere a los lugares que antes incomodaban e incluso atemorizaban a la gente, antes de que la literatura moderna tuviera la oportunidad de arrojar nueva luz sobre ellos. El paisaje, afirma Karatani, solo se puede disfrutar mediante ese proceso de interiorización y subjetividad; cuando se describe a través de la voz interior que expresa las confesiones de un escritor. Los Alpes, que en otro tiempo se consideraban unos molestos obstáculos que había que atravesar, fueron un descubrimiento para los europeos solo después de que Rousseau escribiera sobre ellos en Las confesiones y describiera su “sentimiento de unidad con la naturaleza”. A la hora de la verdad, hace falta que se produzca un cambio fundamental en nuestra percepción para que esos lugares se puedan considerar paisajes.
Aunque el análisis de Karatani se basa sobre todo en la literatura moderna, seguro que puede adaptarse al lenguaje cinematográfico y, en el caso de Nuri Bilge Ceylan, es casi inevitable hacerlo. Hoy, después de su éxito en todo el mundo, Ceylan se ha consolidado como el maestro —incluso el descubridor— del paisaje en la historia del cine turco. Sus películas son famosas por sus deliciosas imágenes de ciudades nevadas (que recuerdan a las melancólicas cubiertas de las novelas de Orhan Pamuk) y por sus sublimes panoramas de la Anatolia rural. Pero lo que hace que sus películas sean extraordinarias no es, en absoluto, su dominio técnico para reflejar lo exterior, sino su capacidad de capturar lo interior y de enseñar lo que sucede en las mentes de los personajes principales. Es decir, su capacidad para mostrar al “hombre interior”.
Winter sleep, su filme más reciente, es una nueva prueba de esa interioridad. Situada en Capadocia —una región histórica que abarca cinco ciudades en Anatolia central— la película sucede sobre todo en interiores y muestra largas conversaciones filosóficas entre los personajes. Al preguntarle sobre el escenario, Ceylan explicó que, al principio, había vacilado ante la posibilidad de que el encanto y la fama del lugar oscurecieran los verdaderos temas de la película. Pero el director debe saber, sin duda, que el exterior no es el verdadero escenario de sus obras. No es el lugar el que cambia la recepción de una historia, sino al contrario; el mundo interior del personaje principal, sus emociones y sus confesiones, alteran la percepción del lugar en el que se encuentra.
El protagonista, Aydin, se ha mudado a Capadocia después de muchos años de ser actor de teatro, y ha abierto allí un hotel llamado Othello, en medio del valle de Avanos. Con los ingresos del hotel —en el que suelen alojarse turistas— y las rentas del alquiler de las casas que posee en las proximidades, Aydin lleva una vida tranquila y recluida con su joven esposa y su hermana, que acaba de trasladarse a vivir con el matrimonio, después de divorciarse. A primera vista, Aydin es un personaje que consigue algo que para los intelectuales urbanos y marginados de otras películas de Ceylan no era más que un sueño: crear una vida lejos del bullicio de las grandes ciudades y mantenerse por sus propios medios. Y lo que de verdad da estructura al paisaje de la película, en el sentido de Karatani, es la visión que tiene el intelectual urbano de la vida provinciana.
Volcán interior
Los grandes cineastas saben que el exterior, el paisaje, no es más que un medio para retratar el interior, el espíritu. Por eso sería erróneo quedarse en la superficie de que el turco Nuri Bilge Ceylan aborda sus historias como un torrente de hielo y fuego, que su tierra es la que domina el paisaje de sus películas. Porque lo que en realidad impera en ellas, como un Caspar David Friedrich del celuloide, son los paisajes de estados de ánimo de sus personajes, el volcán interior que los mueve. El director, que ya había apuntado a la excelencia con Érase una vez en Anatolia (2011), obtuvo hace unos meses la Palma de Oro del Festival de Cannes por Winter sleep,una obra monumental de tres horas y cuarto de duración rodada en la Capadocia.
Dominada por las largas conversaciones, siempre encuadradas a través de una puesta en escena elegantísima y un tratamiento de la luz no solo brillante sino acorde, de nuevo, con los paisajes del estado de ánimo de sus criaturas, la película está protagonizada por un hombre equivocado. Así de sencillo, así de complejo. Un hombre que a partir de un hecho accidental, la pedrada de un niño hacia su coche en marcha, va a establecer una catarsis emocional desde la creencia en sí mismo hasta la duda eterna: en su cultura, en su educación, en su modo de relacionarse con los demás, la de un burgués ilustrado, sobre todo con los de clases sociales más bajas. Una obra social, política, ética, filosófica, artística y sociológica. Una obra mayor.
Los escenarios de Winter sleep se vuelven paisajes cuando la imagen de postal de Capadocia se rompe, y deja en su lugar una idea mucho más desorganizada de la región, a través del punto de vista subjetivo de Aydin. Al principio vemos su cómodo estilo de vida: el lujo turístico del hotel Othello, el aura histórica del valle, la habitación cavernosa en la que escribe artículos para un periódico local… Y entonces empezamos a ver, poco a poco, las grietas en la imagen. De pronto, cuando un viajero que se aloja en su hotel pide un caballo para salir a pasear, Aydin se da cuenta de que su paraíso tiene una carencia. El viejo nombre persa de Capadocia, Katpatuka, significa “la tierra de los caballos hermosos”, ¡pero no hay ningún caballo en un hotel concebido para evocar el pasado! Aunque tal vez el caballo no represente una carencia, porque, después de encontrar uno, Aydin sigue sintiéndose insatisfecho. La escena de la captura del caballo se llena de entusiasmo solo cuando comprendemos que apunta a lo que se desarrolla en el mundo interior del personaje, y eso es también lo que estructura los valles de Capadocia como paisajes. Aydin siente lo que Chéjov llama “el descenso al valle de lágrimas”, y su carencia es interna: ya no posee la juventud que representa el viajero.
La segunda grieta en el refugio de Aydin aparece cuando un niño arroja una piedra contra su jeep, una escena que remite al espectador a una situación similar en Los hermanos Karamázov, de Dostoievski. Es entonces cuando el paisaje de Capadocia, con sus chimeneas de hadas y una historia que justifica los diálogos eruditos de esta obra chejoviana, se vuelve verdaderamente incómodo e introduce la lucha de clases. El desarrollo del relato nos dice que hay un mundo mucho más siniestro tras las cortinas de la Capadocia turística, que los salones en los que los personajes hablan sobre la vida están rodeados de míseras aldeas.
Karatani afirma que “solo dentro del hombre interior, que parece indiferente a lo que le rodea, se descubre el paisaje. Lo descubren quienes no miran afuera”. Aydin es uno de esos hombres interiores. Uno de los significados de Aydin en turco es iluminado, y se refiere a los intelectuales que poseen los méritos y las virtudes para servir de modelos a la sociedad o para tener algo que decir sobre los temas sociales fundamentales. En la Turquía actual, la palabra ha adquirido una connotación negativa en determinados círculos políticos, que han empezado a utilizarla para referirse al distanciamiento entre los intelectuales y la población y a su actitud arrogante y farisea hacia la gente que vive en provincias y en las periferias de las ciudades (lo que en turco se denomina tasra, que significa cualquier lugar que no sea Estambul, cualquier lugar que no sea “el centro de todo”). Al llamar así a su personaje, Ceylan sitúa deliberadamente a Aydin como un intelectual indiferente a las realidades de la región, actitud que la película destaca al mostrar cómo trata al niño y a su familia y, en especial, cómo desprecia al imán por ser sucio y feo. Sin embargo, aunque sin duda critica algunas actitudes egocéntricas del personaje que se corresponden con la connotación negativa de su nombre, Ceylan tampoco intenta condenarlo ni marginarlo: deja claro que muchos intelectuales, incluido él mismo, poseen tendencias similares.
Conviene recordar, al llegar a este punto, a los intelectuales urbanos de las películas anteriores de Ceylan: como el director de Nubes de mayo, que cree que la región provinciana en la que nació es una “tierra de inocencia” y una fuente de inspiración para sus filmes, o el fotógrafo de Lejano, que no se entiende con su sobrino de una ciudad de provincias, y opina que es otro más que va a perder su inocencia en la gran ciudad, o el médico de Érase una vez en Anatolia, que intenta comprender a las personas, pero acaba derrotado por los “misterios” del paisaje de Anatolia central.
Al igual que en estas películas, en Winter sleep Capadocia se convierte, confesión mediante, en un paisaje pintado por las ilusiones, las debilidades, la conciencia culpable y los deseos de Aydin. En la última escena vemos cómo confiesa a su mujer lo mucho que la necesita y lo débil que, en el fondo, se siente. A esas alturas sabemos que la escena es además la confesión de un intelectual omnisciente que está reconociendo que no logra comprender la provincia; y que el paisaje (el que ve a través de la ventana mientras escribe) está fuera de su alcance, lleno de crisis, antagonismos y contradicciones ininteligibles y, en definitiva, imposibles de captar con la vista. El interior que hace tan “encantador” el paisaje no puede nunca dejar de ser un reflejo del mundo que lo rodea; en un claro paralelismo con el propio escenario de la película, desgarrado entre la visión de Capadocia que tiene Aydin y las duras realidades de los habitantes de la región. El estreno de Winter sleep en el grandioso Festival de Cannes se celebró ensombrecido por la masacre de Soma, una tragedia minera que dejó más de 300 cadáveres, provocada por políticas gubernamentales que ha legalizado las subcontratas para aumentar los beneficios. Y, a pesar del cinismo de Ceylan cuando afirma que la única responsabilidad del intelectual es ser honrado sobre sí mismo, este filme puede interpretarse como una especie de confesión colectiva en nombre de todos los intelectuales de Turquía —no solo de Ceylan y su personaje—, que siempre se han mostrado indiferentes ante ese gran exterior: el de las enormes desigualdades ocultas por una “economía en crecimiento”. Winter sleep suscitó entre los espectadores debates políticos sobre la reciente situación del país, y no sobre la naturaleza humana, así que podemos decir que el paisaje que se percibe en el filme es, en realidad, la Turquía actual, tanto interior como exterior.
Firat Yücel es escritor y periodista turco. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.