En constante movimiento
Israel Elejalde se mueve desde la interpretación hacia la dirección y la escritura
Hace seis meses que llegó a este piso en Malasaña, pero medio año en la vida de Israel Elejalde es tiempo suficiente para combinar actuaciones en varios montajes teatrales (el más reciente como protagonista de El misántropo bajo las órdenes de Miguel del Arco), y en la película Magical Girl (filme de Carlos Vermut que será presentado en la sección oficial del Festival de Cine de San Sebastián); para participar en el proyecto de la RAE, dirigido por José Luis Gómez, Cómicos de la lengua; y para estrenarse como director con Sótano,una pieza de Benet i Jornet, que presentó en mayo y regresará el 7 de septiembre a la Pensión de las Pulgas en Madrid.
Dice Elejalde que pasea mientras aprende los textos, de la cocina al salón o de una habitación a otra, y lo cuenta mientras se mueve por la casa antes de tomar asiento. El movimiento es una constante para este madrileño nacido en Villaverde y criado en Lavapiés. Teatro y política, los dos polos que le han atraído. Su primera actuación fue en el Instituto Juan de Villanueva de Orcasitas junto al legendario grupo catalán Dagoll Dagom en el musical Glups! Hijo de un sindicalista, Israel se licenció en Ciencias Políticas mientras estudiaba en el Laboratorio William Layton, junto a José Carlos Plaza. “Política por la mañana y teatro por la tarde”, dice sobre aquella dieta académica. Ingresó en la escuela del Teatro de La Abadía para “reformarse”, y de ahí dio el salto a la Real Escuela Superior de Arte Dramático: “Quería saber de todo y lo actoral se quedaba corto. Decidí estudiar dirección”, afirma.
Este año se ha estrenado en el papel de director, y ha sido así como ha llegado al escritorio orientado hacia un balcón, ese que ocupa un cuarto escueto y despejado, con un póster enmarcado de Klimt a ras de suelo. “No soy escritor, pero me gusta leer cosas de otros dramaturgos y aconsejarles, porque como actor sé si funciona, y eso me ha llevado a versionar textos”. Arrancó con La fiebre, del genial Wallace Shawn, una pieza que encontró cuando estallaba la crisis, y que situó en Marruecos. “Era lo que estaba buscando: teatro político, pero no dogmático, un texto incómodo e ingenuo. Shawn es un dramaturgo, pero casi más un filósofo que analiza de forma racional por qué nuestro sistema está podrido, no es maniqueo, escribe para ponerse a pensar”, apunta. Porque la pregunta para Elejalde —como actor, director o escritor— siempre es la misma: ¿qué quiero contar al público de hoy? Y las respuestas remiten a la proyección de nuevos interrogantes desde el escenario: “El teatro debe plantear preguntas, es otro ejercicio intelectual. Aunque nunca debe ser aburrido, hay cosas mejores para la evasión. Tiene algo evocador, idealiza la realidad y siempre será mentira”. Y si mira alrededor este actor advierte una renovación en las formas, nuevos tipos de actores y de espectadores, pero también una brutal precariedad. “Trabajamos como amateurs, estamos como en el siglo XVII, y eso no es bueno”.
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