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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nobleza

Después de muchos contrasentidos y frustraciones, no existe mejor termómetro que el tiempo para conocer aquellas cosas que perduran con un eco constante

David Trueba
Chano Domínguez y El niño Josele
Chano Domínguez y El niño Josele

Reflexionaba Javier Gomá sobre el sentido de lo sublime en el último número de Babelia citando la definición de Longino: “Lo sublime es el eco de un espíritu noble”. Y aunque asociamos lo sublime a menudo con la expresión artística es precisamente el eco lo que nos da una pista sobre la verdadera dimensión del oficio, el de despertar una voz tan fuerte dentro del espectador como la que proviene de la propuesta. De ahí pues la importancia de esas dos voces, la emisora y la receptora, una exterior y otra interior, que posibilitan la conexión. Y aunque se habla del público de manera constante, en realidad se habla del mercado, que son dos cosas distintas. Público sería una apelación más particular y privada que la lectura del índice de audiencia o las entradas vendidas. Y después de muchos contrasentidos y frustraciones no existe mejor termómetro que el tiempo para conocer aquellas cosas que perduran con un eco constante.

Hace muchos años el director de cine Jacques Demy era considerado un loco cantante, en expresión acuñada para otro genio, Charles Trénet. Con osadía, levantó una filmografía de películas musicales entre decorados pastel, personajes melancólicos y la eterna lotería de los desencuentros. Los personajes de sus películas hablaban cantando y al mando de las teclas melódicas estaba un compositor, Michel Legrand, que le ha sobrevivido hasta ver publicada una colección integral de sus colaboraciones, un cofre cuyo tesoro esconde 11 compactos.

La última vez que ha resucitado una de sus canciones ha sido en la colaboración entre Chano Domínguez y El niño Josele, con el tema de amor de Los paraguas de Cherburgo, frecuentado por las mejores voces y manos y ahora destilado a un diálogo de piano y guitarra. Al día de hoy esa intensa y desmelenada propuesta de Demy tiene la consideración de clásico y de sublime. Para alcanzarlo hace falta mucho arrojo, pero también una inusitada confianza en que encontrarás el eco allá donde se esconda. Demy reservó a Michel Legrand un rótulo en los títulos de la película que decía “puesta en música”, un guiño a la importancia de su colaboración, que se prolongó en los musicales que levantaron el género Demy/Legrand, expresión fascinante de dos espíritus nobles.

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