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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Impostor

Martin Scorsese habría sido un magnífico director para guiarnos en la vida de Lance Armstrong, que se escapa incluso a un documental recomendable

David Trueba
Lance Armstrong.
Lance Armstrong.George Burns (AP)

Es una lástima que a Martin Scorsese no le atraiga el ciclismo como sujeto cinematográfico tanto como la mafia, el boxeo y la cocaína, porque habría sido un magnífico director para guiarnos en la vida de Lance Armstrong. Mejor incluso que Alex Gibney, con quien produjo una serie sobre el blues para el canal público PBS, antes de que Gibney ganara el Oscar con Taxi al lado oscuro. La magnitud de un personaje como Lance Armstrong se escapa incluso a un documental recomendable, más por lo que cuenta que por cómo lo cuenta. Nació como una hagiografía y a medio rodaje, cuando las evidencias del dopaje estallaron de manera definitiva, se transformó en el retrato de un impostor apasionante, de esos que siempre se parapetan en una ración de verdad, con tintes dramáticos y empáticos, para levantar un edificio de mentiras.

La lucha contra el cáncer convirtió al ciclista estadounidense en la viva imagen del milagro. Si el deporte profesional es siempre un ejercicio de ficción, ninguna mejor que el ganador consecutivo de siete Tours de Francia tras superar un tumor testicular. Lo maravilloso del documental que ahora se pasa en Canal + no es tanto la mentira desvelada como la pugna inacabable de Armstrong por que la sociedad valore su parte de verdad, esa que él cree intachable porque se asienta en valores objetivos como el esfuerzo, la dedicación, el instinto competitivo y el carisma.

Armstrong es un ganador y solo un país como Estados Unidos emprenderá la cacería de una mentira hasta llegar al jardín de casa de un mito y obligarle a pedir perdón ante Dios, o mejor aún ante Oprah. En España somos más conformistas con la mentira, que puede adquirir hasta valores senatoriales. Pero un ganador como Armstrong no puede ser derrotado por su enorme mentira y sigue pedaleando. Allá quedan sus 150 millones de dólares en ganancias, su recaudación prodigiosa de fondos para el cáncer, sus maillots amarillos enmarcados con un aire de epopeya turbia entre jeringuillas y transfusiones de sangre, imponiendo la ley del silencio en el pelotón y en el negocio. Esplendor y basura en dosis demasiado grandes para rendirse alguna vez del todo y como buen impostor, hasta cuando pide perdón está abriendo otro capítulo para la supervivencia de su impostura.

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