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CRÍTICAS / ARTE

Lissitzky, enigmáticamente completo

Una muestra en Málaga recorre el enigma de este artista judío ruso afín a la experimentación

Reconstrucción de un 'espacio proun'.
Reconstrucción de un 'espacio proun'. Peter Cox

Acabada la Gran Guerra, una forma de arte despunta en Europa impulsada por holandeses, franceses, alemanes y rusos. Un arte que acepta el reto de la ciencia y la técnica —que no vuelve la espalda a la cultura industrial— contribuye a mejorar las condiciones de vida de la mayoría e impulsa una educación no académica. En ese arte, llamado más tarde concreto u objetivo, tuvo importante papel un judío ruso, Eliecer Lissitzky. Mostrar cómo contribuyó a este coro de voces concertantes es la pretensión de esta muestra.

Quizá sorprenda que una de sus primeras tareas fue hacer valer su propia cultura ilustrando, junto a Marc Chagall, cuentos populares judíos, simultanea este trabajo —que ya integra con acierto texto e imagen— con largas charlas con Malevitch. Lissitzky hace una entusiasta defensa del suprematismo, pero sus prouns (proyectos para la afirmación de lo nuevo) tienen más carga cognitiva que metafísica. Así se ve en tres lienzos expuestos y en la obra sobre papel: los prouns, más que proponer espacios esenciales, invitan a desentrañar espacios posibles. Quizá por esto se dirigen enseguida a la arquitectura y al diseño gráfico.

Por su propia lógica, los prouns llevan a una idea de exposición donde la pared de la sala deja de ser soporte de obras, colgadas para ser contempladas, y se convierte, por sus ritmos, en parte del discurso de la muestra. El espacio proun reconstruido y las fotos de diversas exposiciones dan cuenta de ese cambio. Estos espacios son aún más radicales en sus proyectados rascacielos horizontales que encierran una idea de ciudad, y una relación con el medio alternativa a la de las ciudades norteamericanas.

El diseño gráfico experimenta una transformación paralela: no es descriptivo ni narrativo, sino que busca construir un discurso visual mediante el montaje. En comparación con Hannah Höch, los trabajos de Lissitzky parecen más sintéticos y más atentos a emplear recursos tecnológicos: más que yuxtaponer imágenes, las superpone, y como ocurre en su conocido autorretrato, El constructor, lo hace empleando técnicas fotográficas. Esta concepción del fotomontaje lo acercan al cine, por lo que adquiere pleno sentido el vídeo producido para la muestra que relaciona obras de Lissitzky con el cine soviético, en particular con Dziga Vertov.

Otra importante dimensión de su trabajo es su contribución al libro y al cartel. A la integración entre texto y figura, ya advertida en sus obras sobre narraciones populares judías, se añade enseguida el empleo de la tipografía como figura. En Golpead con la cuña roja al círculo blanco, obra de propaganda, en plena guerra civil, logra un rigor extremo trabajando sólo con textos y geometrías. Más tarde, cuando Lissitzky se convierta en eficaz diseñador publicitario del régimen soviético, multiplicará las referencias naturalistas, pero la estructura mantiene alto valor constructivo.

La muestra, justo por ser completa, abona el enigma de Lissitzky. Judío entusiasta de su cultura, autor más afín a la experimentación artística que al fervor revolucionario, sus diseños de la superortodoxa revista La URSS en construcción son eficaces pero fríos. Plantea así preguntas difíciles de responder.

El Lissitzky. La experiencia de la totalidad. Museo Picasso Málaga. San Agustín, 8. Málaga. Hasta el 24 de septiembre.

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