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Caprichos de ‘hippy’ viejo

Neil Young interpreta 13 versiones acústicas y polvorientas de Willie Nelson, Dylan o Tim Hardin

Neil Young aparenta ser un viejo y apacible hippy, pero aseguran que no es así. Quienes le tratan le describen como un tipo voluble que se mueve muchas veces por capricho. Se cuentan multitud de anécdotas sobre sus repentinos cambios de opinión, en los que nadie le replica, básicamente porque con 68 años y 35 discos de estudio es una marca rentable que se puede permitir ser un consentido. Por ejemplo, tiene narices que el mismo que en abril recaudó mediante crowdfunding más de seis millones de dólares de 18.000 personas para fabricar Pono, un artefacto pensado para escuchar archivos sonoros digitales con calidad colosal, edite en mayo el álbum con peor sonido que ha salido de una multinacional en medio siglo.

Cierto que es una baja fidelidad conceptual: A letter home está registrado con un cacharro llamado Voice-o-graph, propiedad de Jack White. Es una reliquia de 1947 que mantiene funcionando en la tienda de su sello en Nashville y que cualquiera puede usar previo pago de 15 dólares. No es más que una vieja cabina de grabación con un micrófono para registrar sonidos directamente en vinilo. Algo para que un soldado le dejase un recuerdo a su novia o a su madre antes de ir al frente, por ejemplo.

Desde luego para lo que no se pensó es para que una superestrella del rock grabara un disco entero. De hecho, en teoría iba a registrar solo un sencillo para coleccionistas que lanzaría Third Man Records, el sello de White, para el Record Store Day de 2014.

En ese contexto tiene sentido. Aparte de nuevos grupos, White edita álbumes de músicos del blues de entreguerras. Discos de Mississippi Sheiks, o Charley Patton, que a pesar de estar delicadamente empaquetados son grabaciones de campo con ese sonido característico lleno de crujidos. Pero ese sencillo ha terminado siendo un álbum con 13 versiones, publicado por Reprise, subsidiaria de Warner. Y eso ya...

Al parecer Young se encaprichó con esa mezcla de fotomatón y confesionario. Una caja tan vintage que parece hecha para un viaje en el tiempo. Young lo lleva más allá. Literalmente. Los primeros tres minutos los dedica a mandar un mensaje a su madre fallecida. Le recuerda su infancia en Winnipeg y la reprende —“habla con papá”, le ordena por dos veces—, antes de aclararle que no tiene ninguna prisa por subir a hacerles compañía. A partir de ahí emprende un viaje sentimental en el tiempo. Como si determinadas canciones encajaran en ese sonido, inicia el disco con una cálida versión de la melancólica Changes, el tema de Phil Ochs sobre lo inexorable del cambio. Sigue con Girl of the north county, de Dylan, al mismo nivel. Needle of death, la canción de Bert Jansch que inspiró su Needle and the damage done, es también preciosa. Pero a partir de ahí tanto crujido, tanto polvo empieza a resultar redundante. Está bien el Crazy de Willie Nelson que hizo popular Patsy Cline, pero On the road again, también del mismo Nelson, es un barullo considerable, debido entre otras cosas a la inclusión de un piano —la armónica cabe en la cabina, pero ¿un piano?, está claro que las reglas no están hechas para Young—. Es el mismo piano que no encajaba en Reason to believe, de Tim Hardin.

Curioso, de la parte final del álbum es a la más moderna de las canciones, el My hometown de Springsteen, a la que mejor le va el tratamiento polvoriento. Y es entonces cuando descubres que el nexo entre lo que va mejor en el disco es que son las canciones más pesimistas, las que hablan de tristeza, pobreza y soledad las que mejor funcionan. Y te planteas que quizás hubiera intención, más allá del capricho. Quizás…

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