Hombros
No creo que la casta política sea peor que la de los tertulianos o los articulistas, salvo que unos se someten a la cura de humildad del voto y otros no
Tras una semana de análisis en los medios en torno a los resultados en las elecciones europeas se advierten dos síntomas. Después de dos años de políticas muy duras, el margen de aprobación del Partido Popular es alto y, con una campaña muy triste y mediocre, han seguido atrayendo a una parte importante de los votos. De la elevada abstención se infiere que si fueran capaces de desligarse de la corrupción y asumir que casos como el de Blasco en la Comunidad Valenciana se producen por sostener y promocionar a quien debería desaparecer de ellas de manera inmediata, aún gozarían de un apoyo mayor.
Pero hay otra deriva más amarga, que tiene que ver con esa separación entre los políticos profesionales y nosotros. No creo que la casta política sea peor que la de los tertulianos o los articulistas, salvo que unos se someten a la cura de humildad del voto y otros no. Tampoco es compartible esa diferencia entre candidatos políticos y los que se presentan como ciudadanos comunes. Todo aquel que monta un partido y pide el voto es de inmediato político, animal político y casta política. Es algo infantil esa reiteración de partidos antipolíticos, que se erigen en puros frente a la impureza de los contrarios, como si cuando juegan dos equipos uno fuera de futbolistas y otro de antifutbolistas basado en sus sueldos y relevancia. No sólo son iguales, sino que cada día que pasan sobre el terreno de juego más iguales son.
La corrupción llega cuando llevas 20 años repartiendo varios miles de cargos, pero no olvidemos que estas tramas sucias siempre incluyen participantes civiles. Los partidos sin responsabilidad de gobierno suenan como ese señor que dice que él nunca ha fallado un penalti precisamente porque nunca ha tirado ninguno. Igual que nadie inteligente logra suscribir el programa de un partido en su integridad ni defender a sus miembros en su totalidad, tampoco es saludable lo contrario, generalizar en el desprecio. Puede que España no se deje seducir por una Marine Le Pen, pero eso no significa que no padezca un mal similar. No estamos, me temo, en condiciones de mirar a nadie por encima del hombro. Ni siquiera sabemos si llegamos al hombro para asomarnos.
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