Liberación total
'Bernard Rudofsky. Desobediencia crítica a la modernidad' tiene la fecundidad de la conversación
El progreso es un huésped incómodo de lo moderno. El brillo que le dan ciertas ideologías no oculta sus sombras. Una la puso en evidencia Baudelaire: el progreso no tiene en cuenta el deseo. Es una luz opaca: crece siguiendo su lógica al margen de las necesidades reales. De la otra sombra hablaron entre otros Collingwood o Berlin: el progreso no contabiliza las pérdidas. Todo cambio por muchos avances o ganancias que encierre, también comporta pérdidas y el progreso las silencia o las menosprecia, cuando no las ignora. Estas dos ideas animan muchas iniciativas de Bernard Rudofsky (Zauchtl, 1905-Nueva York, 1988).
Así su reflexión sobre el vestido. La plantea en la muestra Are Clothes Modern? (MoMA, 1944), resumida en la primera sala de esta exposición. Irónicos dibujos señalan las sucesivas capas que envuelven el cuerpo del varón, los corpiños y fajas que atenazan el de las mujeres, incapacitándolas para muchas actividades, y los zapatos que ignoran la forma y las exigencias del pie, a los que opone la célebre sandalia que él mismo diseñó.
La planta primera se dedica sobre todo a Architecture Without Architects (se cumplen este año los cincuenta desde su publicación), Streets for People y The Prodigious Builders. Si su crítica del vestido busca liberar y hacer visible el cuerpo, la de la ciudad señala cuanto en diversas culturas hace habitable la calle frente a quienes la ven como mero cauce del tráfico, a ser posible, rápido. Sus fotos recogen entoldados, cañizos, soportales o pavimentos, pero también trazados o escalas que hacen de la calle lugar de habitación. Tales propuestas se relacionan estrechamente los otros dos libros que reúnen una amplia muestra de arquitectura tradicional que no descansa en proyectos sino en la experiencia acumulada por y en las diversas culturas. Interesa reseñarlo: las sucesivas imágenes, más que formar un tratado, buscan inquietar a quien las recorra.
La casa es la siguiente etapa. Algunas de las que diseñó en Nápoles o Brasil ya señalan el valor que concedía a la relación con el medio natural, a ciertas funciones (el baño, espacio colectivo separado del retrete), y a lugares a cielo abierto, como el patio, legado romano y árabe. Todo ello se advierte en detalle en la casa que se construyó en Frigiliana, junto a la finca que en ese pueblo de la Axarquía tenía José Guerrero. En ella se ve también el valor que daba al interior, descargado de muebles y proclive a la intimidad. Desgraciadamente, la casa ha ido perdiendo su identidad en manos de los actuales propietarios que cada año la inscriben un poco más en los convencionalismos, como testifica un amplio reportaje fotográfico.
Una última sala, aunque sugiere paralelos entre las inquietudes de Rudofsky y José Guerrero, es sobre todo memoria de su amistad.
La muestra tiene la fecundidad de la conversación. Si Rudofsky aspiraba a liberar al cuerpo de ataduras, a la calle de la servidumbre del tráfico y a la casa de las del consumo, también libera al discurso de toda impositividad. Como buen conversador, no adoctrina sino da que pensar.
Bernard Rudofsky, Desobediencia crítica a la modernidad. Centro José Guerrero. Oficios, 8. Granada. Hasta el 8 de junio.
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