La barca
La autobiografía es una rama de la ficción que los editores harían bien en situar en sus colecciones de novela
Siempre he considerado que la autobiografía es una rama de la ficción que los editores harían bien en situar en sus colecciones de novela. No sería algo para su desprestigio, sino para la correcta ubicación del lector. Como ejemplo, una de las novelas más conmovedoras e inteligentes que he leído en los últimos meses es El invitado amargo, donde Vicente Molina Foix y Luis Cremades reconcilian a dos voces los recuerdos de su relación íntima a principios de los años ochenta. El libro ofrece un recorrido transparente por esos años y sus ambientes, sobre todo las capillas poéticas y otras capillas de la homosexualidad, y se detiene en detalle sobre particularidades más propias de la novela que de la autobiografía, y alcanza la emoción y la riqueza que regalan las mejores novelas, antes de llegar a su epílogo, donde el paso del tiempo con su tremenda potencia ponen el clímax final de toda buena narración.
Entre muchas anécdotas de todo cariz, hay algunas más nimias pero igualmente nutritivas. Cuentan, por ejemplo, que en abril de 1983, después de reunirse un grupo de poetas e intelectuales amigos a ver el festival de Eurovisión, terminan por escribir una carta a EL PAÍS indignados por los cero puntos que cosechó Remedios Amaya con su canción ¿Quién maneja mi barca?. La inflamada ira se burlaba de una Europa, insensible e insensata, que perdía de este modo su apuesta por la transvarguardia y la autenticidad. Esta carta, capitaneada al parecer por Leopoldo Alas y varias firmas más, es pertinente ante el triunfo de Conchita Wurst, la cantante embutida y barbuda austríaca, drag de Thomas Newirth, concursante en su país de uno de esos programas para descubrir voces en la tele.
Puede que las ironías se conviertan con el tiempo en enormes verdades. Así, 30 años después, Eurovisión se sube a la barca de los remedios. Poblada de canciones en inglés, intrascendentes en aspectos musicales, las personalidades de los intérpretes se convierten en único desafío a los votantes. Austria ha dado un paso más allá que España con su Chiquilicuatre y, tras superar el estúpido cabreo de la homofobia local, ha triunfado en el espectáculo absurdo de un mundo absurdo con un órdago al absurdo cargado de sentido común.
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