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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Desmelene

En las declaraciones públicas se suele cumplir un rito mediático. Se pronuncian un jueves, se reafirman el viernes y se pide perdón por ellas el sábado. Así el domingo quedan olvidadas

David Trueba

Es curioso comprobar cómo uno de los rasgos más llamativos del patriotismo suele ser la exclusión de los demás. La unidad y la agrupación tendrían que ser valores de quien se dice patriota, pero nunca es así. Lo vimos en la conferencia sobre tauromaquia de Esperanza Aguirre, que incluía la idea de que los que se oponen a la lidia son en realidad antiespañoles. Analizado con detalle, tan solo si hubiera dicho que todos los calvos dañan a España habría logrado dividir tan masivamente al país. Y vuelve a ocurrir con las declaraciones de la presidenta del Círculo de Empresarios, Mónica de Oriol, contra los desempleados y por esforzarse por trasladar a la opinión pública la idea de que cualquier sistema que protege a sus ciudadanos los convierte en parásitos.

Las declaraciones públicas hay que entenderlas siempre como un juego entre consciente y subconsciente. Una cosa es la que se dice y otra la que se piensa. Una es la que se trata de inocular en la opinión mayoritaria de manera sutil y otra la que se dice a degüello en la intimidad acolchada. Por eso es tan maravilloso y raro el momento en que coinciden ambas. Cuando alguien se desahoga a gusto. En estas declaraciones se suele cumplir un rito mediático. Se pronuncian un jueves, se reafirman el viernes y se pide perdón por ellas el sábado. Así el domingo quedan olvidadas. Era más creíble la señora de Oriol en su desmelene que en su disculpa.

Si hay algo injusto en la opinión pública es la minusvaloración del empresario español. A menudo, una persona esforzada, solidaria y con un afán de superación y riesgo encomiables en tiempos de subidas de impuestos y fraude administrativo. Pero no cabe duda de que eligen mal a sus representantes. Las elecciones en su departamento ignoran la turbiedad y consagran el poltronismo. Máximos representantes están entre rejas y no son raras las salidas de tono de sus portavoces. El daño que causan al empresariado español estas visualizaciones de un gremio es preocupante. Deberían insistir a sus cabezas visibles en que no es bueno que digan lo que piensan y lo que sienten, sino lo que más beneficioso resulte para la pluralidad de profesionales que representan. No es hipocresía, es sentido institucional.

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