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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Alivio

La llegada de 'El Príncipe' a Telecinco sirve un poco de desahogo, porque la serie propone, ya desde la elección de lugar de transcurso y temática, una apuesta ambiciosa

David Trueba
El actor Álex González en una escena de la serie de Telecinco 'El Príncipe'
El actor Álex González en una escena de la serie de Telecinco 'El Príncipe'

Después de asistir a la baja calidad de algunas de las series españolas con que comenzó el curso de la ficción televisiva, resultaba fácil sacar algunas conclusiones. La crisis no iba a excitar la imaginación y el ingenio de nuestras producciones, sino que tan solo iba a jibarizarlas y hacerles perder su habitual factura muy competente en favor de un tufo descarado a recorte y falta de medios. Por eso la llegada de El Príncipe a Telecinco sirve un poco de desahogo, porque la serie propone, ya desde la elección de lugar de transcurso y temática, una apuesta ambiciosa. Por las particularidades de la cadena, se hacía complicado que cualquier ficción despuntara, entregada a una hiperrealidad prefabricada concentrada en el cotilleo y la víscera. Falta tiempo para conocer la andadura de esta serie, pero de salida ofrece un respiro de alivio.

Puede que los defectos de El Príncipe tengan más que ver con su impaciencia por ir al tuétano. El hecho de estar rodada fuera de la peligrosa barriada ceutí no significa que haya que dejar de ir fabricando un espacio y unos personajes con atención al detalle, en lugar de marcarse una urgencia hacia lo esencial que obliga a subrayar los arquetipos y las líneas de conflicto desde la primera entrega. Pero ya solo haber elegido un territorio problemático, incluida la mezcla de razas y culturas, donde la televisión nacional siempre ha fracasado por pereza en la búsqueda del reparto, delata la ambición de la propuesta. Además está poblada de actores eficaces, secundarios notables y un protagonista, Álex González, que además de creíble parece tallado en el estudio de escultura de Praxíteles.

La corrupción policial está personificada en José Coronado, que ya conoce el paño por sus mejores papeles a las órdenes de Enrique Urbizu, y el conflicto de costumbres por Hiba Abouk, cuya tensión sexual irresoluble con el joven jefe de policía promete ser centro de calor en la serie. Los planos de situación, con la espectacular geografía de la barriada, funcionan mejor que las persecuciones por las callejuelas y algún interior demasiado evidente. Pero tal y como había arrancado la temporada, El Príncipe es la mejor noticia para la nueva ficción televisiva. Ojalá que cunda el ejemplo.

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