Monopatín
No es la historia contada lo que percibe en ocasiones la gente, sino la pertinencia del tema, su empatía hacia él
Recuerdo que Rafael Azcona siempre se rebelaba contra las opiniones que juzgaban los guiones. Para empezar, el guion casi nunca está al alcance de quien mira una película. Pero había un detalle mayor que le gustaba ridiculizar. Ese por el cual la gente cree juzgar un guion cuando en realidad juzga un tema. No se trata de cómo está contado algo, sino de ese algo. Y hay temas que encantan, que la gente considera necesarios, honestos, útiles, enternecedores, valientes y, por tanto, gozan de opiniones favorables. No es la historia contada lo que perciben, sino la pertinencia del tema, su empatía hacia él. Esta equivocación entre tema y cuento es muy habitual también en el juicio sobre los documentales. A menudo, uno acaba por ser presa de la materia que se trata y no tanto de cómo se cuenta.
Hace poco pude ver un documental dedicado a la historia del monopatín en España que es un ejemplo perfecto. No hay nada menos trascendente que la peripecia de los aficionados al skate y su evolución técnica. Y, sin embargo, en el documental de Pedro Temboury y Alfredo Prados casi todo está bien contado, elaborado y presente, sin apenas esfuerzo ni soflamas. Pero, claro, trata de críos en monopatín. Si esa misma eficacia narrativa hubiera estado puesta al servicio de alguna causa imperecedera de la humanidad, habría merecido quizá mayor atención.
Sin embargo, cuando uno asiste a la irrupción de la tabla con ruedines en la España de 1966, de los primeros modelos importados desde las bases norteamericanas o los esmerados fabricantes Sancheski y sus equipos de exhibición formados por los chavales más habilidosos, disfruta del asunto. Tendemos a la pomposidad y se nos escapa que en aquellos aficionados capaces de montar rampas precarias y levantar los primeros circuitos, algunos de ellos sepultados por la rentabilidad y la especulación inmobiliaria, está también una parte de la historieta nacional. No son héroes ni villanos, ni tan siquiera protagonistas de historias de superación o evidencias de una aspiración exigente hacia las libertades, pero Monopatín es un documental sabroso y que proporciona el placer de ensamblar entrevistas, pequeñas películas domésticas y colas de filmaciones que nunca se pensaron con ánimo de perpetuidad, sino con la maravillosa ligereza de los tiempos felices.
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