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Globos sueltos

En una ceremonia bastante tediosa, donde la sucesión de premios forzaba agradecimientos enumerados más que sentidos, los Globos de Oro apenas ofrecieron un chiste brillante

David Trueba

En una ceremonia bastante tediosa, donde la sucesión de premios forzaba agradecimientos enumerados más que sentidos, los Globos de Oro apenas ofrecieron un chiste brillante. Y este tenía que ver con esa leyenda urbana que persigue a George Clooney. Las presentadoras aseguraron que en su papel en Gravity también prefería flotar por el espacio antes que pasar un minuto más a solas con una mujer. Fueron mujeres libres, globos sueltos como los que se escapan de las manos de los niños, aquí escapando de las manos del control de oficinas de prensa y cirujanos plásticos, los que ofrecieron los instantes más ricos. Jacqueline Bisset o Robin Wright, pero sobre todo la irrupción de Diane Keaton para recoger el premio a Woody Allen.

Aquella Annie Hall modelada a imagen y semejanza de la actriz y su familia, situó a Woody Allen en una dimensión distinta a la del cómico popular. Consagrado por el Oscar a la Mejor Película, que no recogió pues tocaba esa noche el clarinete, ya nunca descendió del pedestal ni aunque la pérdida de cariño hacia el ser humano tras un divorcio traumático desdibujara la calidad de sus propuestas. Este año le toca a Cate Blanchett, y quizá a la genial Sally Hawkins, recoger los premios por Blue Jasmine. Pero hasta ellas tienen la sensación de que esos premios irían a parar a otras actrices si hubieran sido las elegidas, porque son los personajes los que acaban por ofrecer la particularidad que se destaca sobre otras escrituras de previsible fórmula.

Allen, fascinado por las mujeres que pelean en la sociedad contemporánea, armadas de belleza pero también inteligencia, cumpliendo años entre histerias y neurosis, ha escrito papeles que han significado premios y dimensión profesional para gente como Diane Keaton, Mia Farrow, Judy Davis, Geena Rowlands, Dianne Wiest, Scarlett Johanson, Penélope Cruz, Barbara Hershey, Anjelica Huston y hasta Mira Sorvino, Mariel Hemingway o Juliette Lewis. Detrás de esos personajes puede haber una identificación de presencias reales, reconocibles. Pero hay también un esfuerzo por entender lo incomprensible, por sujetar lo inasible. Mujeres que un día se sueltan de la mano del hombre y se convierten en globos que se elevan, arrastrando un hilo sin dueño hasta donde nadie puede alcanzar.

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