Milagro
Los comportamientos del tal Francisco son una sorpresa continua y grata


Es una frase hecha, un ritual a fecha fija, un gesto de buena educación, pero sigue siendo conmovedor desearle a tus familiares, amores, compañeros, amigos, conocidos, vecinos (no a todos, por supuesto) eso tan deseable y utópico de “feliz año”. Y que te lo deseen. Buscar el significado de la felicidad te revela que es improbable que ese estado dionisiaco dure mucho tiempo, en el caso de que alguna vez dé señales de vida, pero es bonito soñar con algo tan etéreo y escurridizo. En los miserables tiempos que vivimos también corres el riesgo de que la persona a la que le deseas felicidad te responda con altas dosis de racionalidad, amargura o lucidez, que en su estado anímico ya no aspira a la felicidad en el año que comienza, sino exclusivamente en sobrevivir o no morirse de asco.
Ese Papa tan insólito llamado Francisco, como cualquier persona normal, también le desea feliz año a los suyos. O sea, marca un número de teléfono con la intención de desear futuras bienaventuranzas a las moradoras de un convento en España. Pero le sale un contestador automático pidiéndole que deje su mensaje. Así lo hace con tono de voz entre jovial y falsamente mosqueado: “¿Pero dónde estarán las monjas, que no cogen el teléfono?”. Que los malpensados perversos no relacionen esa ausencia con actividades lúdicas del Decamerón y de Los cuentos de Canterbury. La superiora del convento aclara posteriormente que no oyeron la llamada de su Santidad porque en aquel momento se encontraban rezando. El Papa no ha delegado en un su jefe de protocolo, de prensa o en sus secretarios, para hacer algo tan humano como felicitar con su propia voz a unas monjas que le resultan próximas. Imagino que estas fliparon. Es absolutamente milagroso que el representante de Dios en la tierra llame por iniciativa propia y con su propia voz a sus humildes siervas. Casi mejor que estuvieran ocupadas, ya que si alguna hubiera atendido la llamada las posibilidades de que le diera un soponcio hubieran sido notables.
Las opiniones y los comportamientos del tal Francisco son una sorpresa continua y grata para cualquier persona con dos dedos de cerebro y un poco de corazón, sean laicos o católicos, agnósticos o creyentes. Que dure mucho. Y que se cuide del veneno de los Borgia.
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