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Harías cosas horribles

La miniserie alemana (tres capítulos de hora y media que emite Canal+) es un electroshock, una sacudida a las conciencias, un ejercicio de honestidad intelectual que no solo impactará a los alemanes. El espíritu de la obra se corresponde mejor con su provocador título original en alemán: Unsere Mütter, unsere Väter (Nuestras madres, nuestros padres). Los nazis no eran otros. Éramos nosotros.

No esperarías una historia con final feliz (y a partir de aquí lo comentaremos sin reservas: si planeas ver más adelante el último capítulo deja también para otro día la lectura de este post). Empezábamos con la fiesta de cinco amigos que ríen y beben, que se disfrazan y bailan, un último momento de alegría mientras estalla una guerra que, creen, no llegará a la siguiente navidad. La copia que tiene cada uno de la foto de esa juerga recorrerá la serie mientras sus historias transcurren principalmente por separado, entre Berlín y Moscú, con algunos encuentros breves (más de los que serían creíbles por casualidad en una guerra de esa dimensión, pero esas son son licencias aceptables) hasta un amargo reencuentro final. No volveremos a ver esas sonrisas.

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“Ahora ya no hay nazis, solo alemanes”. El final rezuma amargura. Los nazis han perdido la guerra, pero no vemos llegar la justicia ni la reparación. Algunos de los asesinos del régimen caído queman sus uniformes y se colocan rápidamente entre quienes administrarán la reconstrucción. Y siguen tratando de hacernos creer que hacen lo que deben. El honor. Ya.

Por el camino nos conmocionan las historias de cinco personajes intensos, que batallan con sus contradicciones. Esas dudas sobre qué es el bien y el mal que observamos en cada mirada, en cada gesto, ese terror a la vuelta de cada esquina. De los cinco amigos, dos son militares, los hermanos Wilhelm y Friedhelm Winter, que harán caminos inversos. El mayor (interpretado por Volker Bruch) es un convencido de su misión que caerá en el desengaño; el segundo (Tom Schilling) acude nada motivado al frente ruso y se sacudirá su imagen inicial de cobarde. Su relación en la trinchera (“aquí no soy tu hermano”, le dice el mayor) es el ingrediente principal de la trama. A ambos los daremos por muertos varias veces.

Al mismo frente acude, como enfermera, Charlotte, seguramente el personaje más logrado, con el que la que la actriz Miriam Stein hace un papel desbordante de emociones. Ingenua, o inconsciente de lo que estaba en juego, una indiscreción suya perjudica a una inocente y no logrará vencer el remordimiento. También sufrirá la losa de un amor imposible en el sitio más equivocado posible. Su dignidad en medio del hundimiento final puntúa a su favor.

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El otro gran papel femenino es también fascinante y complejo: Greta Müller (interpretada por Katharina Schüttler) es una cantante que ayuda a huir a su novio judío arrimándose a un jefe nazi; y que luego continúa complaciéndole para que haga de ella una estrella. Nada en ella es del todo sincero desde que se marchó su novio, no sabemos cuándo es Greta Müller y cuándo Greta del Torres, su hispanizado nombre artístico. En algunos momentos la vemos deslizarse al lado oscuro, creerse por encima del resto gracias a sus contactos, cuando ya es evidente el desastre nos iguala a todos.

El quinto amigo en el brindis inicial es el sastre judío Viktor Goldstein (Ludwig Trepte), que no hace otra cosa en la serie que huir, pelear por su supervivencia. La persona a quien Greta protegió emparejándose con otro esquiva el campo de concentración por los pelos y se enrola en una precaria resistencia, no tan heroica y también antisemita. Es el personaje más limpio, la víctima, que gracias a su frialdad salva su pellejo varias veces. Y merece una mención el malvado y cínico jefe nazi Dorn, quien traiciona a Viktor y a Greta, creíble en la piel de Mark Waschke.

Cuando los que puedan se reencuentren en el Berlín arrasado por los aliados ya no habrá fiesta. Ni siquiera abrazos. Ya no son los mismos.

La Segunda Guerra Mundial ha sido un campo muy trillado por la ficción durante más de medio siglo, y los nazis son los malos por excelencia de nuestro tiempo. Así que tiene mérito que sigan saliendo joyas artísticas en torno a esa carnicería.Hermanos de sangre y The Pacific son dos de ellas, resultado de la alianza entre HBO, Spielberg y Tom Hanks (y de la que se anuncia una tercera entrega, centrada en la aviación). Ofrecían una producción espectacular y una carga dramática impactante. Hijos del Tercer Reich está a la altura de esos precedentes en cuanto a la producción, aunque dedica menos metraje a las batallas y da más peso a los diálogos, las miradas, los gestos de piedad, de odio o de desconfianza.

Nos faltaba el punto de vista alemán, valiente, sobre la Segunda Guerra Mundial (Enrique Müller explica aquí cómo ha removido conciencias en ese país). Porque esta serie bélica no es solo sobre la guerra. Ante todo es sobre qué ocurre en las mentes de los que están en la guerra. Que puede ser incluso peor.

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