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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El mal

Kevin Spacey ha crecido en la maldad de su personaje en 'House of cards', que se asemeja cada vez más a lo que los manuales de la maldad dicen que es lo siniestro

Juan Cruz
El actor Kevin Spacey en un fotograma de la serie 'House of cards'.
El actor Kevin Spacey en un fotograma de la serie 'House of cards'.

Alguien avisó: esa película sobre Gatsby es muy mala. Cuando Carlos Boyero la vio en Cannes dijo que, en efecto, Gatsby no se merecía eso. Antes hubo tanto ruido sobre la película, en la prensa escrita, en la Red, en las teles, que parecía que se iba a caer el mundo en cuanto la estrenaran. Y la estrenaron, con esas consecuencias. Es peor que mala. Vaya por Dios. Suele suceder que antes de que estas grandes superproducciones se pongan en los cines, se gasta tanto papel y tanta palabra y tanta imagen en darle candela que cuando ya estamos ante la real thing resulta que nos han encendido una pavesa. Mucho DiCaprio, pero una pavesa. Pobre Fitzgerald, cuántos crímenes se cometen en su nombre. La reclamación, al maestro armero; pero como el maestro armero programa los informativos de las televisiones y también participa en la paginación de los diarios, pues que esté atento: no se puede disparar tanta pólvora tan solo para salvas.

Dicho esto, vamos a lo que se ve. Estuve fijo, todas las noches, muchas noches, viendo House of cards en el Plus. Hasta la última noche, este jueves, cuando acabó la primera parte. Kevin Spacey ha crecido en la maldad de su personaje, que se asemeja cada vez más a lo que los manuales de la maldad dicen que es lo siniestro, en la política, pero también en la vida. Se ha quedado Frank Underwood, el personaje que encarna, un político demócrata norteamericano, saboreando lo que quiso: la vicepresidencia de Estados Unidos que se trabajó arteramente, utilizando el chantaje, la coacción e incluso el asesinato. En este último extremo, sus apoyos periodísticos interesados han cambiado de bando y ahora lo persiguen. El capítulo acaba con el ufano Underwood compartiendo la noche con su mujer igualmente maquiavélica mientras suena su móvil en casa, mientras ellos corren felices. Como en El extranjero de Camus, en ese sonido al que él no responde quizá se halle el principio de su desgracia. Quién sabe. Se salvó de otras.

Esta serie magnífica cuenta que, de momento, el criminal siempre gana. Lo cerca, en este caso, el periodismo que quiso utilizar, que se le ha revirado. Ahí estaba sonándole el móvil, que le ha avisaba quizá del final de su historia. Pero resucitará. El mal sabe salirse con la suya.

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