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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Euroafonía

Una de las consecuencias de la fuerza centrípeta de la crisis económica es la reducción de visión sobre el panorama internacional. Hasta el punto de que la percibimos como una categoría española

David Trueba
Julian Assange en un balcón de la embajada de Ecuador en Londres (Reino Unido).
Julian Assange en un balcón de la embajada de Ecuador en Londres (Reino Unido).

Una de las consecuencias de la fuerza centrípeta de la crisis económica es la reducción de visión sobre el panorama internacional. Hasta el punto de que la corrosión institucional la percibimos como una categoría española, cuando en realidad afecta a toda Europa, en mayor o menor proporción. La importancia del continente en la política mundial queda en evidencia cuando se observa su nula relevancia en la crisis de personalidad de Corea del Norte, la incapacidad de reacción ante otro error en los bombardeos en Afganistán, la mudez para mostrar una opinión sobre la actividad de los drones norteamericanos, la catatonia frente a la guerra en Siria y, más aún, por afectar las relaciones jurídicas locales, la inoperancia para desencallar la pervivencia de Julian Assange dentro de la Embajada ecuatoriana en Londres, en vías de alcanzar la magnitud de esperpento.

Hace pocas semanas, Bill Maher entrevistó en directo a Assange, cuya presencia vampírica se acrecienta ante la escasa exposición solar que le permite la cerrazón británica y la nula operatividad europea. Pero con singular espíritu crítico, varios medios norteamericanos han tratado de encender la luz sobre el disparate legal que los ataques personalizados de los aviones no tripulados suponen para la democracia estadounidense. El presidente Obama carga con un premio Nobel de la Paz como otros cargan en España con el privilegio de ser el único miembro de la familia que conserva su puesto de trabajo. La orfandad de los demás se vuelve hacia ellos en busca de auxilio. En el caso del presidente, aún más, porque sus socios se encuentran empantanados tratando de resolver la ecuación entre rigor presupuestario y aumento del déficit, que es la misma desazón de muchos eclesiásticos a lo largo de los siglos entre cilicio y fe verdadera.

El empobrecimiento europeo comienza a ser de tal gravedad que afecta a su peso específico en la política mundial. Incapaz de recordarle a su socio transatlántico que los derechos fundamentales están escritos para ser cumplidos, al menos en su superficie más decorativa, permanece atento a la disputa interior para saber si propiciar ejecuciones sumarias con la excusa de la guerra contra el terrorismo era una cosa muy fea bajo el Gobierno de Bush, pero entrañable bajo el mandato de Obama.

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