No empujen
La muerte de Sara Montiel coincidió con la de Margaret Thatcher y de alguna manera influyó en ambas necrológicas. Entre damas de seda y damas de hierro uno está obligado a posicionarse
Supongo que una pata de mi vocación periodística nació cuando me dedicaba al sucio negocio infantil de la reventa de revistas usadas entre el vecindario. En una de aquellas publicaciones dedicadas a los famosos, recuerdo leer un titular que me emocionó por su delicada finura: “Sara Montiel cumple 62 años por tercera vez”. En esos tiempos quitarse años era signo de coquetería. Ahora reside en ponérselos y mostrarse pletórico y en chándal. La muerte de Sara Montiel coincidió con la de Margaret Thatcher y de alguna manera influyó en ambas necrológicas. Entre damas de seda y damas de hierro uno está obligado a posicionarse. Algo innegable en la Thatcher fue su contribución a la igualdad entre sexos. Nos enseñó que el mundo iba a ser igual de horrible gobernado por mujeres que por hombres. Cualquier otra perspectiva era una vana ilusión.
La actualidad es una riada que ni los periodistas saben manejar. Estamos acostumbrados a que la violencia de género se venga inclinando hacia el asesinato de los hijos, pero cuando de través se cruza con la sombra de los desahucios, los medios ya no saben muy bien en qué sección incluirlo ni qué tratamiento darle. Pasó con Amor, la película de Hanecke, cuyo título condicionó la respuesta de los espectadores. Y les pasa a las revistas del corazón, que con tanto imputado de lujo, dan el mismo tratamiento a las alfombras rojas que al paseo de entrada en los juzgados de instrucción.
En este mundo complejo cada día algunas noticias se caen a empujones de la escaleta. El fichaje de Urdangarin por el balonmano de Catar se queda tan atrás como las fotos de Feijóo en sus horas baixas y hasta la libreta de Bárcenas da la razón a Rajoy en que quien menos se mueve gana al escondite y, tópico cierto, el silencio es oro. El ejemplo máximo de que no estamos preparados para vencer a la actualidad es la encuesta del CIS, publicada ayer. Las preocupaciones máximas responden a los titulares máximos, en un proceso de retroalimentación similar al del huevo y la gallina. La mayor preocupación de los ciudadanos es morirse, pero como ven que todo el mundo sale favorecido en la necrológica, pues se convencen de que tampoco será para tanto.
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