¿Ficción?
Las tres primeras entregas de 'Black mirror' revelaban que sus inventores poseían un cerebro tan potente como retorcido
Las tres primeras entregas de la serie inglesa Black mirror revelaban que sus inventores poseían un cerebro tan potente como retorcido, una imaginación ilimitada y morbosa, ningún respeto por las convenciones que exigen entregarle a la audiencia productos que se atengan a códigos con moralina. El arranque de esas historias era tan fuerte que tenías la sensación de que no sabían cómo cerrarlas. A Charlie Brooker, creador y alma de Black mirrorse le ocurrían historias tan audaces como aquella en la que el primer ministro era chantajeado por los secuestradores de una princesa especialmente querida por el pueblo. O este se follaba a un cerdo en una retransmisión en directo o se cargaban a la venerada dama.
Me envían la segunda entrega, también de tres capítulos, de esta turbadora serie, que empezará a emitirse el lunes en TNT. El comienzo vuelve a removerme, aunque la historia de esa mujer que ha perdido a su marido en un accidente y busca desesperadamente revivir su presencia a través de las redes sociales tiene un desenlace irregular y poco creíble.
Pero flipo con el segundo episodio. Se han anticipado a esa cosa tan extraña llamada realidad. Un cómico refugiado detrás de una pantalla y encarnando a un oso que presume de genitales, con lengua vitriólica y sarcasmo sin reglas, se dedica a ridiculizar ferozmente a los políticos conservadores y laboristas que están haciendo campaña electoral. La gente se siente hastiada de sus discursos huecos y de sus promesas incumplidas. Se identifican y se sienten reivindicadas con las burlas salvajes con las que el oso escatológico les ataca en los debates televisivos, en los mítines o cuando intentan ganar votantes en la calle. Hasta el punto de que el cómico descubre que su personaje puede ganar las elecciones si se presenta. Y, cómo no, su popularidad puede crear gran negocio, o ser utilizado convenientemente por los maquiavélicos intereses del gran poder.
Esa ficción premonitoria se parece demasiado al triunfo político del cómico Beppe Grillo. Y puedes entender que le voten muchos de los que sienten náuseas hacia el pozo negro que han creado los políticos tradicionales. Y el impresentable Berlusconi sacando pecho. Da risa. Y luego, miedo.
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