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OPINIÓN
Columna
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R. D. E.

David Trueba

España funciona como una República Deportiva. Presidida, eso sí, por la Casa Real, que vibra en gestas atléticas, liberada de las miradas críticas cada día más exigentes con su papel y sus tropiezos. Ha sido un patinador, Javier Fernández, coronado campeón europeo, el francotirador en una disciplina no demasiado extendida en el país. El balonmano nos tiene acostumbrados a recordar que sus éxitos se asientan sobre cierto abandono, ahogados bajo la inagotable marea del fútbol. En la semana de un Real Madrid-Barça, la arrolladora victoria del balonmano español en el Mundial suena a aviso de clarines contra la monomanía por el fútbol, la obsesión por convertirnos en espectadores de un solo deporte.

Al pie del podio, el entrenador Valero Rivera, otro de esos cerebros exigentes en su territorio, reafirmó que en un periodo de crisis nacional el deporte se salva de la debacle. Y lo que habría que pensar es por qué. Más allá de los oé, oé, en el deporte español se han producido varias coincidencias provechosas. Por un lado cada día su gestión es más profesional, con exjugadores en tareas directivas, sacudiéndose a las élites habituales. Ha logrado ser lugar de encuentro colectivo, donde el mérito se reconoce de modo transparente frente a la ceguera nacional ante investigación, ciencia y saberes no medibles en medallas.

Las ayudas estatales al deporte son una constante pocas veces contestada, combinada con el esfuerzo de clubes, a veces tan diminutos como periféricos, pero que establecen una base real y eficaz. Los medios hace tiempo que tratan al deporte con generosidad, lucrándose mutuamente de los éxitos nacionales, propiciando la valoración de los padres en la formación de sus hijos. La sociedad deja al deporte fuera de sus rencillas y los partidos políticos, incapaces de sentarse a dialogar sobre dramas como el desempleo, parecen ponerse solo de acuerdo en promocionar las competiciones y celebrar los triunfos.

Si tres, cuatro cosas más en España recibieran esos impulsos, quizá hoy tuviéramos algo más que celebrar. Si cuando alguien pretende desmantelar el sistema público de salud, enconar la reflexión sobre el futuro educativo o prostituir la exigencia cultural encontrara un país enfrente tan unido como se une para los eventos deportivos, habría muchas más razones para sumarse a la fiesta.

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