En negro
Nadie acierta a calcular con exactitud el número de madrileños que siguen Telemadrid en estas últimas semanas. Pese a estar la pantalla en negro en sus dos canales, pueden ser varios miles de personas los que siguen su programación con creciente interés. Ese negro permanente es hoy por hoy el programa más gráfico, elocuente y expresivo de cuantos se emiten en nuestras televisiones. Si hacer televisión consiste en encontrar un valor de representación para la realidad, el negro de Telemadrid lo logra con creces. Uno puede contemplar el negro durante la hora de las noticias, como opción de programa cultural y como homenaje al trato que la música ajena a la radiofórmula hispana recibe en nuestros canales. Hasta a Mourinho si quiere encontrar gente a favor de su rabieta de sentar Casillas, le basta elegir ese canal.
Durante la Navidad acudir al negro de Telemadrid era la opción más inteligente ante los discursos de las autoridades. Dicen que el presidente madrileño emitió por Internet su discurso al no poder propinarlo por su canal en barbecho. Gran error, porque la pantalla en negro expresaba mejor muchas se sus convicciones que cualquier palabrería institucional. Pronto la señal de Telemadrid volverá a ser la vulgaridad de todos los días. Lástima. A ciertas horas, se respiraba feliz en el negro, único espacio sin tómbolas televisadas, tarot o videntes.
Ante la indiferencia de los madrileños, ya convertida en rasgo de carácter, el despido de casi 900 trabajadores se ha consumado. Nadie se ha interesado por saber cómo ha sido el proceso de selección y depuración y en qué consiste el plan futuro para sanear el canal que pagan religiosamente de sus impuestos. Pervivirá la esencia que interesa al poder, el aliado informativo y el cementerio de fieles contertulios sin empleo en otra cadena más formal. Ha hecho fortuna la imagen de Esperanza Aguirre como la Juana de Arco liberal, es lo que tiene la buena literatura, aunque los quemados en la hoguera sean los más honestos trabajadores. El canal en negro es su auto de fe, su demostración de que se puede hacer pagar a todos los caprichos de uno. Las batallas sectarias, por bien planificadas que estén, siempre terminan con una pantalla en negro.
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