El extranjero
José Luis Borau era hijo de un país al que abandonó de vez en cuando para sentir el latido de otra parte
Domingo Pérez Minik, hijo único, autodidacta, paseaba en el franquismo un ejemplar de Le Monde y escuchaba la BBC y Radio París para sentirse en el extranjero mientras vivía en su tierra, Tenerife, por una avenida que el temporal incivil de la guerra llamó Rambla del General Franco. Quería estar en otro lado, ser inglés, por ejemplo. Y Juan Manuel García-Ramos, novelista, tituló un libro que lo evoca, El inglés. Ahora ha muerto otro extranjero, José Luis Borau, un español a pesar suyo, hijo de un país al que abandonó de vez en cuando para sentir el latido de otra parte.
Como decía Fernando Arrabal, “el porvenir actúa en golpes de teatro”, y un día después de que apareciera el libro de Bernardo Sánchez sobre la vida de este español de otro sitio, se ha ido el autor de Furtivos y de Río abajo, el hombre que se burló de sí mismo tanto que hasta se burló de su timidez. El libro es tan Borau que hasta para certificar su título, La vida no da para más, el cineasta aragonés que fue niño siempre se marchó con el último eco de la noticia de esa vida que ya no se prolonga sino en la memoria. Gregorio Belinchón recogió en su nota periodística acerca del libro esta frase de Bernardo Sánchez: “Es español y extranjero”.
Con esa mentalidad de otro lado hizo una película, Furtivos, que parecía venir de la metáfora de otro mundo, y era tan español que como tal lo trató este país perverso, que hace campañas contra el cine español tan solo porque éste contiene gentes tan desmañadas e incorregibles como José Luis Borau. A mí me recuerda a aquel maestro tinerfeño, siempre me lo recordó; era tan exquisito en los modales que tampoco parecía residir mentalmente en esta tierra conflictiva y ruidosa en la que el rencor se disfraza de estadística: como el cine es pobre, matemos al cine, no le demos ni de comer.
En la amistad era un campeón, el primero en llegar y el último en irse de las necesidades de los otros. Un día le puso una dedicatoria que creyó insuficiente a un amigo que lo había entrevistado. Recuperó el libro, destruyó la hoja, lo dedicó de otro modo. La memoria lo devuelve como un cascarrabias sumamente educado cuya estancia en este mundo, en España precisamente, siempre lo halló caminando por otro sitio, en una frontera que cruzó para dejar de escuchar estos ruidos. Ahora ya no está. La vida le dio para mucho.
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