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Bilbao

David Trueba

Bajo esta sensación creciente de irresponsabilidad, donde nadie asume, ni siquiera los servidores públicos, la exigencia de hablar y comportarse como lo que son y representan, no está de más detenerse en un ejemplo positivo. A menudo, alcanzar la relevancia provoca la pérdida del sentido de la dignidad y de la responsabilidad social que debería asumirse al aparecer bajo la luz pública. Por ello, el gesto de la familia del joven Iñigo Cabacas, el aficionado del Athletic muerto por el impacto de una pelota de goma tras el partido europeo del pasado jueves, merece ser reconocido. Han logrado lo más difícil, que su dolor no produzca ruido. Han rogado, han exigido y han asumido que nadie utilice su drama como altavoz de nada. El silencio presidió los homenajes del domingo en Bilbao, convirtiéndose en la escenificación más perfecta de la dignidad en una época de gritos, chirridos y sobreactuaciones.

En los mismos días, el ministro del Interior coronaba la cima del despropósito con su planteamiento de reformas legislativas. En previsión interesada de un periodo de manifestaciones y convulsiones sociales, suenan de un oportunismo represor intolerable. La resistencia pasiva o la convocatoria de movilizaciones son tratadas como un atentado directo al poder. Los sucesos del Parlament catalán, las cargas contra estudiantes en Valencia, el drama de Bilbao, nos debería abrir los ojos y no invitarnos a cerrarlos. La policía no puede ser utilizada para gestionar los climas sociales.

El orden público no es una amenaza sobre la sociedad, sino precisamente un acuerdo de convivencia. La policía no pertenece a nadie más que a la ciudadanía, que la paga y la requiere con razón, sentido común y proporción. No tiene por qué convertirse en el enemigo del manifestante, por más que la representación así lo aparente, sino en un aliado de sus derechos a la vez que vigilante de sus deberes. La pelota de goma ha sido la representación más cruel de una deriva insensata, que pretende eludir la responsabilidad de cada uno, tomando el atajo de la amenaza represora. Así, una familia de Bilbao, con el ejercicio de dignidad que seguramente tanto les ha costado, nos ha enseñado a todos una lección. Agradezcámosla, al menos, ya que no podemos devolverles nada de lo que han perdido.

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