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OPINIÓN
Tribuna
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Series

Carlos Boyero

Podía ser muy amargo estar enamorado del cine en la España de la censura, saber que las películas más anheladas que se estaban haciendo en el mundo estarían prohibidas aquí, por razones sexuales, políticas, religiosas, morales o simplemente marcianas, y que en el caso de que ese cine pecaminoso sorteara los criterios casposos, mojigatos, retorcidos y fascistas de los siniestros censores se estrenaría con cortes y con el doblaje alterado.

En el sur de Francia, promotores avispados descubrieron que podían organizar maratones a lo largo de cinco o seis días de esas películas prohibidas, que los cinéfilos españoles, con dinero o escasos de él (en aquella epoca todavía podías recurrir al autostop y tampoco asustaba dormir al raso y alimentarte únicamente de bocadillos) colmarían esa demanda de anatemizados frutos. Allí podías encontrar maravillas que justificaban el viaje y también mediocridades o tonterías que habían tenido la suerte de crear cierto escándalo, pero siempre regresabas eufórico al Paleolítico. También lamentando que para poder juzgar el cine actual, eso que le resultaba tan natural y accesible a cualquier ciudadano europeo, tú estuvieras expuesto a una odisea.

Desde hace una década, las oferta mas atractiva del cine paradójicamente está concentrada en algunas series de televisión, casi todas con la firma de HBO. Y cualquier cinéfilo sabe que no puedes seguir una serie troceada, a capítulo por semana, doblada, adecuando tus horarios a su exhibición en la tele. Eso implica que te muerdas las uñas esperando durante un tiempo interminable a que esa serie aparezca en DVD o en Blu-ray. Y mientras tanto, los piratas, que son todo cristo, te dan envidia describiéndote una y otra vez el placer que les otorgan esa series degustadas ¡horror! en la pantalla de un ordenador.

Y el angustiado cinéfilo espera y espera. Y suelta una pasta por ese demorado producto. Y descubre tarde lo fascinante que es la compañía de los habitantes naturales y sobrenaturales de la espectacular Juego de tronos, o la fraternidad entre políticos y gansteres en la magnífica Boardwalk Empire. Pero tienes la sensación, como en la época de la censura, de que se te exige un sacrificio por lo que debería ser normal, que nunca vas a poder disfrutar de lo que amas en el momento de su estreno.

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