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Apariencias

David Trueba
Mariano Rajoy en el Congreso que el PP ha celebrado en Sevilla
Mariano Rajoy en el Congreso que el PP ha celebrado en SevillaJULIÁN ROJAS

Pese a nuestro educado escepticismo a veces las cosas son como parecen. La buena voluntad de muchas personas les lleva a conceder un margen de duda a los acontecimientos que se desarrollan ante sus ojos. Así por ejemplo ha sucedido con la reforma laboral, que mucha gente quiere ver como un estímulo al empleo, pero que aparenta limitarse tan solo a un abaratamiento del despido. La misma extrañeza causa que los asalariados sean elegidos como los culpables de la crisis financiera, algo así como multar a un peatón por culpa de los coches mal aparcados.

Casi nadie se ha frotado los ojos después de ver por televisión cómo el anuncio de Sarkozy de que se presentarí a la reelección ha venido adornado por la bendición de Angela Merkel, verdadera patrona del barco europeo, y David Cameron, que hasta ahora jugaba un papel ambiguo en esta zozobra. Ambos se han tragado sus reticencias y dudas sobre el Presidente francés para apoyar lo que consideran una batalla ideológica. En esto, las apariencias no engañan. En la gestión de la crisis hay un vínculo partidista que decide qué gobiernos son aptos para continuar y a cuáles hay que descarrilar.

En este contexto, el Congreso del PP se celebró con una extraordinaria placidez. Sobrados de votos para encarar su reforma, la presión europea se moderará prolongando las afinidades profundas. La oposición sigue la pelea palmo a palmo por el trono de los perdedores y aunque reclama los presupuestos ya, estos siguen escondidos en el horno hasta después de las elecciones andaluzas, en un gesto feo del gobernante. Los populares hacen bien en aprovechar el mandato que los votantes les han concedido, pero la victoria a veces pone la venda en los ojos. A la misma hora que todo eran sonrisas y felicitaciones, escasas y rácanas en otros tiempos no tan lejanos, un montón de chavales valencianos recibían a la puerta de su instituto la lección de los porrazos. Asignatura que con sangre entra, dictada desde despachos impolutos y propinada por profesores que se arrancaron las preceptivas identificaciones, convencidos de que su impunidad no tendrá repercusiones porque nadie se atreve a chistar al poder cuando el poder es absoluto.

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