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Oculta

David Trueba

En el apasionante libro de memorias de Claude Lanzmann, La liebre de la Patagonia, se cuentan episodios de grabación con cámara oculta para la película Shoah. En ese documental prodigioso sobre la crueldad nazi, los testimonios directos son fundamentales, y junto a las víctimas y vecinos de los campos, aparece el SS Franz Suchomel rodado de modo oculto. El operador de cámara fue William Lubtchansky, tipo único con el que rodé mi primera película, que se hizo pasar por ingeniero de sonido y fingir que tan solo grababan la voz de este aplicado funcionario nazi mientras explicaba el funcionamiento del campo de exterminio de Treblinka.

Conviene no olvidarlo para valorar la condena del Tribunal Supremo contra el recurso de la cámara oculta. El abuso y la utilización zafia de este ardid lo ha convertido en una amenaza a la privacidad y los derechos personales. La sentencia no legisla sobre una realidad inabarcable, sino sobre un caso concreto. Por eso es fundamental que sea precisa y no genere una jurisprudencia magmática. La cámara oculta ha servido para lo más elevado y lo más bajo. Para la comedia, para el cotilleo, para el chantaje y para la información. A veces es inevitable asistir a algún exceso antes que recortar las posibilidades de ser informados, de revelar la verdad. El uso de la libertad te convierte en responsable, más aún en el periodismo, pero las limitaciones y tutelas son un peligroso atajo.

 El mismo día en que se hizo pública la sentencia que condenaba a unos reporteros por exponer a la luz los comentarios de una naturópata en su consulta, en El intermedio asistimos a un instante genial. Gonzo, reportero incómodo, con cargas de profundidad entre lo epidérmico, telefoneó a un vidente para preguntarle por la relación del Rey con los golpistas del 23-F. La noticia había sido rescatada al salir a la luz el cable del embajador alemán en la España de 1981, aunque añade poco al apasionante libro de Javier Cercas Anatomía de un instante. El vidente, autodenominado maestro Santi, desplegó su surreal charlatanería creyendo que tan solo sacaba la pasta a otro incauto teleadicto con problemas sentimentales. Esta llamada oculta deparó un brutal arañazo de la tele contra la tele, pero sobre todo una carcajada gozosa.

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