Muere Manuel Reyes, conocido como Pozí
Se hizo famoso por decir "Amparo" y participar en 'Ratones Coloraos' o 'Crónicas Marcianas'
“Adiós a uno de los que más nos hicieron reír en la última década”. “Consiguió la fama y llegó a participar en una película Frikis buscan incordiar, donde gastaba bromas a los viandantes desde un carrito de bebé”. “Entre sus frases más conocidas, están 'Manuela', 'Ama Rosa', 'Te has fumao un porro', '¿Has tirao la fruta?' o 'Amparo'”. He aquí tres fragmentos extraídos de tres noticias al respecto de la muerte el pasado sábado de un ser humano en una residencia de Vejer de la Frontera, Cádiz. La primera sentencia podría hacernos pensar que ha fallecido Sarkozy, o siendo un poco malvados, Risto Mejide. La segunda, por lo sorprendente del título del film, nos confirmaría lo desubicados que estamos en cuanto a cine desde que cerraron Megaupload. La tercera ofrece ese giro inesperado que solo los mejores guiones son capaces de lograr: Ha muerto Pozí (Manuel Reyes), aquel señor algo extraño que aparecía en las entrevistas de Jesús Quintero, luego entró a formar parte de la pléyade de friquis de Cárdenas y, finalmente, fue aupado al estrellato por Javier Sardà en Crónicas Marcianas.
Hace un año se supo que el hombre vivía prácticamente en la indigencia. Había denunciado a su representante quien, supuestamente, se había quedado con el dinero. Que alguien gane pasta por decir ‘Amparo’ o por salir en un film titulado Frikis buscan incordiar merece un ensayo completo sobre las paradojas del capitalismo, la meritocracia neoliberal y la sociedad del espectáculo. Pozí no fue exactamente un Sloane Ranger. Pero lo que realmente sorprende de toda esta situación es que hace un rato sonara el teléfono y, desde el otro lado de la línea, una voz sugiriera la necesidad de escribir una necrológica de este hombre cuya historia ocupa siete líneas en la Frikipedia.
Está claro que la noticia de la muerte de Pozí merece un breve, y si respetuoso, dos veces breve. Incluso podría despertar cierto debate alrededor de la era dorada del friquismo televisivo, sobre cómo nos gusta en este país reírnos de los raros y como la humillación pública sigue siendo, en algunos ambientes, fuente inagotable de risas, buen humor y otra ronda de carajillos. Pero, claro, es que estamos hablando de Pozí. ¿Lo recuerdan vestido de flamenca? Pues sí.
Hemos democratizado la fama, la moda, la opinión y, aunque no lo necesitaba porque ya lo llevaba de fábrica, la muerte. Hoy parece que cualquiera que fallezca merece sus líneas conmemorativas, un pequeño repaso a su biografía y, si es un ex ministro de Franco, incluso algunas frases celebrando su talante democrático. Si un tipo fue principalmente famoso por decirle que no a los Beatles, también se lleva su obituario (maravilloso texto, por cierto), qué estamos que lo regalamos. Y eso que el personaje, el día que se dio cuenta de la magnitud de su decisión debió pensar: ‘Ahí me juzgue mi necrológica en el Times’.
Hasta hace poco, la muerte era la mejor forma de humanizar a alguien, de rentabilizar el catálogo de algún artista, de comprobar la fidelidad de los amigos y la capacidad de adaptación al medio de los enemigos. El respeto que no se le tenía a los vivos, se le guardaba a los finados. Eso sí, todos morían, pero pocos se ganaban un in memoriam. Hoy parece que no hace falta haber generado demasiado interés durante tu vida para que se te recuerde en tu muerte.
En términos de comunicación cultural, las necrológicas está ocupando, poco a poco, una sorprendente centralidad. ¿Para qué leer la crítica de un mal disco nuevo si se puede volver a leer sobre la vida de un genio muerto? O al menos, de alguien que trabajó con ese genio. O lo conoció. O fue su vecino. O un día le limpió las botas. O lo que sea. El interés por la arqueología pop hace tiempo que rebasó los seis grados de separación. Los motivos para todo esto podrían encontrarse en la obsesión por el pasado, en el constante enardecimiento de las viejas glorias y de la cantidad de gente con las uñas negras de tanto escarbar en las tumbas de los popes de las artes, la política o la friquitelevisión.
En fin, que ha muerto el pobre Pozi.
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