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IN MEMORIAM
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un sabio discreto

Jean-François Fogel, fallecido el domingo en París a los 76 años, sellaba sus comentarios, no pocas veces cáusticos, con una sonrisa discreta también, contagiado del humor latinoamericano

Jean François Fogel
El periodista francés y asesor de medios de comunicación Jean-François Fogel, en marzo de 2014.Álvaro Calvo
Sergio Ramírez

Jean-François Fogel (Gargenville, Francia, 76 años), fallecido el domingo en París, fue un sabio discreto, sin ninguna gana de llamar la atención, que sellaba sus comentarios, no pocas veces cáusticos, con una sonrisa discreta también, contagiado del humor latinoamericano.

Nos conocimos en Cartagena de Indias, a comienzos de la década de los dos mil, cuando se incorporó como maestro de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano creada por Gabriel García Márquez, donde yo estaba ya en la misma calidad desde pocos años antes, los dos convocados por Gabo, al que nunca podía decírsele que no.

Eran los grandes tiempos de crisis para el periodismo, cuando lo viejo no terminaba de morir y lo nuevo no terminaba de nacer, el paso de los medios impresos en papel a los medios digitales en la pantalla, y Jean-François traía el prestigio legendario, de esos que atraían a Gabo, de haber rescatado de su extinción a Le Monde, uno de los diarios de prestigio universal, sometido a esa crisis que amenazaba por igual a los grandes periódicos en Estados Unidos y en Europa.

De aquella experiencia nacería su libro La prensa sin Gutenberg, escrito junto con Bruno Patino, un verdadero manual para entender los nuevos tiempos, que más allá de las perspectivas de futuro de Le Monde como periódico digital, penetra en profundidad en la revolución de las comunicaciones que ahora sigue consumándose, comparable a la provocada por la invención de la imprenta de tipos móviles casi seis siglos atrás.

La fundación de Cartagena de Indias, y que ahora se llama Fundación Gabo, dirigida por Jaime Abello Banfi, tenía su centro de sustentación en los talleres para jóvenes periodistas, porque Gabo quería organizar una forma de aprendizaje parecida a la tertulia de las redacciones, la única y verdadera escuela que él reconocía.

Jean-François se convirtió en la fundación en maestro de esos talleres a cuyos alumnos, llegados de muy distintos países, transmitió sin reservas, generación tras generación, la sabiduría adquirida en las redacciones por las que había pasado, Le Monde, France Presse, Le Point, Le Magazine littéraire y Libération, diario del que fue jefe de redacción, y su visión de renovarse o perecer. Talleres, seminarios, charlas, sobre sostenibilidad de empresas de comunicación, que ahora en la era digital se creaban por decenas como fruto de la iniciativa de los periodistas jóvenes; sobre la ética y su cara contraria, la desinformación, el mal del siglo, y sobre los alcances de la innovación tecnológica.

La fundación de Gabo fue desde el comienzo un proyecto ambicioso, que además de los talleres de formación y los seminarios, ha llegado a crear un gran festival anual de periodismo, diversas publicaciones, y premios en distintas especialidades, ahora premios Gabo, a la cabeza el premio a la excelencia, que se concede por la trayectoria personal, el último de ellos otorgado este año a la periodista hondureña Jennifer Ávila, directora de Contracorriente, uno de esos medios emergentes que la fundación busca impulsar.

Y la sabiduría discreta de Jean-François fue vital también para ayudar a solventar las propias crisis de crecimiento de la fundación, siempre en busca de más recursos para cubrir sus programas. Doy fe de ello porque compartimos asientos como miembros de la junta directiva, donde los problemas financieros se ventilan y resuelven, y también compartimos asientos en el consejo rector, del cual fue él presidente, donde se discuten las estrategias de la organización y las reglas de los premios anuales.

Un sabio discreto, un consejero fiable, un estratega de la comunicación, y un cronista experimentado de América Latina, autor de dos excelentes libros de reportajes periodísticos, Fin de siglo en La Habana (1994), sobre los avatares de la revolución cubana; y El testamento de Pablo Escobar (1995), sobre el narcotráfico en Colombia.

Y un lector perspicaz, literato por vocación y sensibilidad, antólogo y prologuista de Federico García Lorca, del novelista británico Bruce Chatwin y del escritor francés Paul Morand, sobre el que publicó el libro Morand-Express, ganador del Premio Broquette-Gonin de la Academia Francesa en 1981. Toda una persecución: “Después de su muerte, seguí a Morand entre sus ochenta libros y sus ochenta y ocho años de existencia… Coleccioné sus fotos, atesoré sus cartas, almorcé y cené con sus amigos y amantes… a menudo pensaba que alcanzaba a este hombre poseído por el movimiento. Siempre me ha eludido…”.

Un amigo para conversar sobre literatura, y en el que podías confiar cuando te decía qué premio Goncourt mejor no leer. El amigo que me avisaba de su llegada, discreta también, a Madrid, porque tenía un encargo de trabajo que cumplir, algún medio en crisis al que rescatar, para que nos encontráramos en el bar del hotel Ritz, y me traía desde París algún libro, el cual, ese sí, debía leer.

El sabio discreto al que ya no veremos más.

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