Las guardianas de los osos
Begoña Almeida y Elsa Sánchez patrullan tras las huellas y las costumbres de los plantígrados en la cordillera Cantábrica
Begoña Almeida nunca olvidará la primera vez que vio un oso. Caminaba sola por las montañas un día de nieve y no había rastro de animales; solo ella iba dejando sus huellas por un bosque de la cordillera Cantábrica en la zona de Palencia. De repente, oyó un ruido y pensó “un jabalí, quizá un ciervo”, y al darse la vuelta no encontró nada. Miró al suelo y descubrió que sus huellas ya no estaban; solo había las de un oso que había pisado justo donde ella lo había hecho a su espalda. Sin llegar a ella, el animal escapó ladera abajo. “En cuanto detecta presencia humana, huye”, dice esta mujer de 52 años que pertenece a la Patrulla Oso de la zona oriental, un dispositivo de vigilancia permanente de la Fundación del Oso Pardo. Es tópico, dice, que su amor por los animales llegase viendo los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente; tópico también era entonces, y una desgracia, que hasta los años ochenta no se admitiesen mujeres en la Escuela de Capataz Forestal. Ella entró en 1988. Pasó antes por una unidad de extinción de incendios; después llegó su sueño, trabajar con osos autóctonos. Lleva 26 años siguiendo su rastro por las huellas, los excrementos, los restos de comida, los pelos... 26 años controlando su población (unos 50 ahora mismo en la cordillera), estudiando sus costumbres, localizando sus oseras.
Almeida, palentina, vive en Cervera del Pisuerga (Palencia) y suele salir a trabajar con Elsa Sánchez, que vive en Potes (Cantabria). La jornada es dura. Salen a las 5.30 de casa y se sitúan en un punto fijo, donde esperan dos o tres horas, con prismáticos y telescopio, para intentar ver a algún ejemplar. Siempre al amanecer y al anochecer, porque este plantígrado hace especialmente vida nocturna. Hace unos días, en Sonande (en Cangas de Narcea) una mujer fue atacada por un oso pardo, que le desgarró la cara; en ese parque natural trabaja Elías Suárez, de la Patrulla Oso, que prefiere no referir detalles de la agresión. En los últimos 30 años se han producido nueve ataques semejantes. Raros, pero no imposibles.
El oso, explican estas guardianas, no quiere saber nada de los humanos. ¿Qué hacer si se encuentra uno con un oso de frente? ¿Qué hizo Begoña Almeida cuando se dio de bruces con uno por primera vez? “Temblarme las piernas”, responde. En general, el oso, sobre todo si está con su cría, corre hacia la persona como método de achante, se frena, retrocede y se va. ¿Y qué hacer? “Separarte hacia atrás despacio, sin ningún aspaviento, y hablando, hablando todo lo tranquilamente que se pueda”. ¿Qué decía Almeida? La mujer ríe al teléfono recordándolo: “Yo decía: ‘¿Dónde vas?, ¿dónde vas? Date la vuelta y tira”. Un ejemplar macho de la cordillera puede llegar a pesar 200 kilos y vivir hasta 30 años, más si está en cautividad; una hembra puede llegar a 150 kilos.
El gran problema, explica Almeida, ocurre cuando las osas tienen oseznos. Los machos acompañan a la familia entre una y dos semanas; las hembras, un año y medio antes de abandonar a la cría. En ese tiempo, la protección puede producir conflictos, sobre todo si un oso macho está en celo, quiere cubrir a la hembra y esta no se deja por estar cuidando al osezno. Pueden ocurrir casos, por ello, de infanticidio, explica esta guardiana de osos.
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