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La crisis del coronavirus
Tribuna
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Quédate en casa

La confusión de los madrileños es comprensible. Sus viajes no

Javier Sampedro
Control de policía en la estación de Atocha, ayer, tras decretarse el estado de alarma.
Control de policía en la estación de Atocha, ayer, tras decretarse el estado de alarma.Samuel Sánchez

Viviendo en Madrid es difícil concentrarse en los mecanismos de la ciencia y la medicina que, al final, serán los que resolverán la crisis pandémica. En esta ciudad todo el mundo está más preocupado por entender el laberinto legal que rige sus destinos, particularmente durante el no-puente que se nos viene encima. Algunos vecinos de Batán, un barrio madrileño muy cercano a la A-5 que lleva a Extremadura, fueron ayer devueltos a toriles por la policía. Si se hubieran ido una hora antes, como hicieron muchos otros, habrían disfrutado de la encadenación festiva tanto como habrían hecho sufrir a sus regiones de destino. La acción del Gobierno al decretar el estado de alarma es comprensible, ante la lentitud y el obstruccionismo de la presidenta madrileña. Pero también hay que comprender la confusión de los vecinos y su creciente irritación.

Ahora que los madrileños estamos confinados perimetralmente (podemos movernos, pero solo dentro de la ciudad), quizá tengamos más tiempo para informarnos un poco sobre lo que está ocurriendo en la biomedicina, y en sus fronteras con la política. Lo que diga Isabel Díaz Ayuso es una cuestión menor, pues no hace más que revelar de forma deslumbrante su estrategia politiquera, o la de sus sombríos asesores.

La principal revista médica de Estados Unidos, The New England Journal of Medicine, ha publicado un editorial “insólitamente mordaz”, como lo describe un comentarista británico con característico ‘understatement’ . Básicamente, pone a caldo a la Casa Blanca por la gestión de la crisis. Dice que la covid-19 ha creado un test sobre la capacidad de liderazgo, y que los líderes de Estados Unidos han suspendido la prueba. “Han recibido una crisis y la han convertido en una tragedia”, dice el insólitamente mordaz editorialista.

Los datos le respaldan. Estados Unidos encabeza la lista mundial de casos de covid-19 y de muertes por su causa. Su tasa de mortalidad dobla la de Canadá, multiplica por 50 la del envejecido Japón y por 2.000 la de Vietnam y otros países de economía débil. Las razones son de sobra conocidas –respuesta temprana, cuarentenas estrictas, pruebas diagnósticas, rastreo de los casos hasta el segundo contacto—, aunque no muy populares. Pero son las mismas que tendremos que adoptar en España si lo hacemos mal, así en la segunda ola como en la primera. La rapidez es esencial, porque dejar libre al virus durante la primera semana –no hablemos ya del primer mes— es el equivalente epidemiológico de una bomba de relojería, una que estallará dos semanas después en forma de contagio comunitario y muerte. Los especialistas llevan eones recomendando estas medidas, pero hay gobernantes que se resisten, impermeables a la razón. Por ahí no se sale de la crisis.

Entretanto, a los madrileños hay que recomendarles que se queden en su casa. Ni puentes, ni canales y puertos. La situación puede ser ambigua legalmente, irritante políticamente, frustrante para nuestra mitad hedonista, pero hay pocas dudas científicas. La situación es seria, y moverse vuelve a ser una irresponsabilidad. Quédate en casa.

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