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ESTALLIDO SOCIAL EN CHILE
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Qué queda del estallido social?

Si el principal símbolo de este acontecimiento es hoy denostado, es porque hay algo que se modificó en la cultura chilena y sus representaciones de aquel entonces

estallido social
Manifestantes se reúnen en la Plaza Italia en Santiago, Chile, en octubre de 2019.Cristobal Olivares (Bloomberg)

Cada cierto tiempo, irrumpe en la agenda pública algún tipo de hecho o noticia que vuelve a instalar la pregunta por las consecuencias no solo económicas y materiales, sino políticas y culturales del estallido que tuvo lugar en Chile en octubre de 2019. Si el indulto presidencial de varios participantes en el estallido social por haber delinquido fue un buen ejemplo, también lo es la reciente condena a pena de cárcel de uno de los indultados por haber cometido delitos con posterioridad. Cada uno de estos episodios es una verdadera pesadilla para la izquierda frenteamplista y comunista, quienes enfrentan hoy en día un clima sumamente hostil respecto de ese acontecimiento volcánico.

Pues bien, esta semana fue el principal símbolo del estallido social que se encontró en el centro de la polémica. En el marco de una entrevista que el presidente Gabriel Boric concedió a un grupo de periodistas radiales, el jefe de Estado repudió al perro matapacos: “yo jamás festiné ni me hizo ningún sentido esta imagen burda del perro aquel, del perro matapacos como le llamaban. Jamás van a encontrar una declaración mía festinando o haciendo gala de aquello”. Las reacciones no se hicieron esperar, especialmente de políticos y activistas de izquierdas, quienes criticaron al presidente por tamaño abandono de lo que fue el principal símbolo del estallido social. Por lo visto, las declaraciones del presidente Boric fueron leídas por algunos como una verdadera traición.

¿Pero quien era el perro matapacos? Se trata de un perro común y silvestre, un quiltro como se le dice en Chile, de color negro y arropado con un vistoso pañuelo rojo alrededor de su cuello, el que fue transformado por los manifestantes en un verdadero emblema de las jornadas de protesta de octubre-noviembre de 2019. Es así como, en aquel entonces, las imágenes del perro matapacos se multiplicaron a través de afiches, pegatinas, memes y hasta en una gigantesca estatua de plástico a poca distancia de lo que fue el epicentro de las manifestaciones: Plaza Dignidad. En todas estas imágenes se veía al perro matapacos morder las botas de los policías cuando estos reprimían a los manifestantes, que es lo que explica que este quiltro se haya transformado en un símbolo.

¿Qué pudo ocurrir entre 2019 y 2024 para que este símbolo que fue tan popular sea hoy abiertamente desconocido, y hasta repudiado? Más profundamente, ¿qué queda del estallido social?

A decir verdad, pocas cosas, más allá de la banalidad de recordar que las demandas en aquel entonces por mejores pensiones, salud, educación y tantas otras cosas siguen vigentes. Si el principal símbolo de este acontecimiento es hoy denostado, es porque hay algo que se modificó en la cultura chilena y sus representaciones de aquel entonces. Recordemos que las manifestaciones y protestas multitudinarias de 2019 recibieron un apoyo considerable durante varios meses, según todo tipo de encuestas de opinión. Cinco años después, con dos procesos constituyentes fracasados y la demanda de una nueva Constitución literalmente en el piso, lo que predomina es una representación hostil del estallido social. Es tan cierta la modificación del clima cultural que es difícil encontrar hoy, entre los académicos e intelectuales públicos, alguna voz que rescate tanto la protesta social de 2019 como su principal símbolo, el perro matapacos.

El contraste es total con lo que mucho se pareció a un delirio entre no pocos intelectuales de izquierdas, quienes vieron en el estallido social el nacimiento de “un nuevo pueblo” (Carlos Ruiz), una “furia destituyente de la calle” orientada a desmontar “todo el sistema de reglas neoliberales y los modos de existencia masificados por el consumo” (Nelly Richard), “luminosidad” (José Bengoa), “un estallido de epistemologías cívicas” (Carlos Sanhueza) o “un arreglo de cuentas con la historia” (Mauricio Folchi). El lenguaje de los intelectuales era para entonces exuberante, viendo en el acontecimiento una epifanía, y en el omnipresente perro matapacos una pieza de una bella alegoría. Qué duda cabe: el estallido social tocó una fibra muy importante en la izquierda intelectual, la pasión por el cambio y la revolución en algún sentido de la palabra. Pero tras la derrota, es la resaca la que hay que explicar.

El silencio de estos mismos intelectuales es muy llamativo: pocos han escrito sobre lo que el estallido pudo ser y no fue, explicando el fracaso. La explicación fácil sería decir que en enero llegaron las vacaciones y en marzo la pandemia por covid, pasando por alto el hecho que en mayo de 2021 triunfó una ola de izquierda antiestablishment que hegemonizó el primer proceso constituyente y que terminó en un desastre electoral.

Entonces, ¿cómo explicar la exuberancia del lenguaje de los intelectuales y su inmenso optimismo en 2019? ¿Cómo dar cuenta de la evasión de estos mismos intelectuales ante su propia responsabilidad de intérpretes y artesanos de la realidad, la que en este caso se resiste a ser modificada? Parafraseando el título del importante libro de Gisèle Sapiro, ¿cuál es “la responsabilidad del intelectual en tiempos de crisis”, pero también cuando se impone una forma de restauración del orden?

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