La belleza musical salva ‘La clemenza di Tito’ del Liceo
Monótono montaje de la ópera de Mozart en el coliseo barcelonés
No ha tenido suerte el Liceo con su producción de La clemenza di Tito, la última ópera que escribió Wolfgang Amadeus Mozart, estrenada en el Teatro Nacional de Praga en el 6 de septiembre de 1791, casi tres meses antes de su muerte. La partitura es sublime y la expresividad del canto exige voces bien adiestradas, pero el reparto, bajo la muy estimable dirección de Philippe Auguin —buenos cantantes, no siempre audibles en un teatro tan grande— no levantó pasiones en una monótona puesta en escena de David McVicar, esclava de sus decorados monumentales.
La gestación de este regreso de Mozart a un género ya obsoleto, la ópera seria, fue muy rápida, un par de meses que minaron aún más su precaria salud. Fue un encargo de Leopoldo II para celebrar su coronación, rechazado primero por Salieri, que le obligó a hacer un alto en la composición del Réquiem y La Flauta Mágica, pidiendo a su discípulo Süssmayr que escribiera los recitativos secos, muy pesados.
Contiene música bellísima, del mejor Mozart, de una expresividad que supera las rígidas convenciones de la ópera seria en un libreto adaptado por Caterino Mazzolà a partir de una alegórica pieza de Metastasio sobre la bondad del emperador Tito. Nunca ha gozado del favor del público del Liceo, que acogió en 1963 su estreno en España, en alemán, y solo ha ofrecido 25 representaciones, la última en 2006 en una futurista y confusa puesta de Francisco Negrín, muy bien dirigida por Sebastian Weigle.
La producción cuenta con una monumental escenografía, cargada de columnas, escaleras y paneles móviles, que evoca un palacio imperial, sin apenas rastros de la Roma del siglo I en la que Vitellia, hija de Vespasiano, y su amante Sesto intentan asesinar a Tito, el nuevo emperador, tan bondadoso que, en lugar de ejecutarlos, los bendice con el perdón.
En la producción, creada para Aix-en-Provence en 2011 y comprada por el Liceo, McVicar firma algunos detalles interesantes —el busto de Vespasiano teñido de rojo que presagia la tragedia- y acerca la trama al tiempo de Mozart y al ideario de la francmasonería. El vestuario evoca el estilo del Primer Imperio francés salvo en la guardia pretoriana, que parecen samuráis perdidos en el tiempo, y se pasan la función blandiendo espadas en posición de ataque.<TB>
La orquesta del Liceo, con brillantes intervenciones en las arias con clarinete obligado, ofreció un sonido de calidad, bien templado en dinámicas y tensión dramática por Auguin. En el papel titular, el tenor Paolo Fanale mostró su dominio del estilo con medios muy ligeros y apuros en la coloratura. El público aplaudió el expresivo y bien perfilado Sesto —el papel más agradecido— de la mezzosoprano Stéphanie d’Oustrac y la temperamental Vitellia de la soprano Myrtò Papatanasiu, de gran instinto dramático pero desbordada en los pasajes de agilidad.
Completando el plantel de voces femeninas que domina la obra, la soprano Anne-Catherine Gillet fue una notable Servilia, y la mezzosoprano Lidia Vinyes-Curtis, un eficaz Annio. Correcto el barítono Matthieu Lécroart (Publico) y muy acertado el coro del Liceo, dirigido con musicalidad por Conxita Garcia. El teatro ofrece cinco funciones hasta el 27 de febrero y otras cuatro del 17 al 29 de abril.
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