La bohemia madrileña, pionera de las tribus urbanas
Algunas publicaciones recogen las andanzas de aquellos letraheridos noctámbulos
Hubo en Madrid un perro bohemio: el perro Paco. Un día entró en el Café Fornos, célebre lugar de tertulias letraheridas (en la calle Alcalá, donde ahora hay un Starbucks), y se ganó el cariño de los parroquianos. Se convirtió en un personaje de las callejuelas nocturnas madrileñas: en los cafés le dejaban entrar, al contrario que a otros perros, para no ganarse una reputación antipática. Dormía en las cocheras del tranvía de la calle Fuencarral y hasta se iba a ver las corridas de toros a las Ventas. La ciudad le quería.
Un día de corrida saltó al ruedo y el novillero, enfadado, le pegó una estocada mortal. Casi le linchan. Las aventuras del perro Paco se cuentan en el libro El folletín ilustrado (Lunwerg) de la periodista Mar Abad y el ilustrador Buba Viedma, que hacen un colorido repaso por personajes curiosos y no muy conocidos de la historia de España. En el último número de la revista Agente provocador, editada por La Felguera, le dedican un hermoso póster, posando con Unamuno, Pío Baroja o Azorín. “Algún día tiene que aparecer el cuerpo del perro Paco, que fue disecado y nadie sabe dónde está”, observa el editor Servando Rocha. Tras su muerte se usó su figura para nombrar periódicos o vender anís.
No solo hubo perros bohemios en la capital: también humanos. Madrid Bohemio es el tema y título de la citada revista. La bohemia surge a mediados del XIX, un movimiento procedente de París, donde Henri Murger recoge anécdotas de estos personajes novelescos en Escenas de la vida bohemia (Alba). Los llamaban bohemios por los gitanos procedentes de la región de Bohemia, en la República Checa, que también practicaban vidas fuera de los cánones establecidos.
“Nosotros hemos recogido una visión de la bohemia muy amplia y heterodoxa, que llega hasta el año 1936”, apunta Rocha, “se incluye desde a Alejandro Sawa, que llegó de París con su pelo largo y aspecto desastrado, donde había conocido a Verlaine, hasta Emilio Carrere, miembro de la bohemia negra, más decadentista y posromántica”. En la revista se incluyen artículos de Sawa (que inspiró al Max Estrella de Luces de bohemia de Valle-Inclán), Ernesto Bark, Joaquín Dicenta o una entrevista con Carrere.
Los bohemios llevaban una vida disipada y noctámbula, frecuentaban desde los cabarets y los cafés cantantes hasta los cementerios. Oponentes de la sociedad burguesa, hijos del Romanticismo, eran pobres, aunque confiaban en su genio artístico (muchos le criticaban la soberbia y la falta de cuidado corporal) y buscaban por los locales a quien les invitara a media tostada y a un café. “Vivían como podían, a salto de mata. Escribían en periódicos que no pagaban o que lo hacían muy mal; pintaban cuadros que no vendían; publicaban versos que nadie leía; dibujaban caricaturas que no quería nadie”, escribió Ricardo Baroja en Gentes de la generación del 98.
Se daban al ajenjo, a las pipas de kif y a la poesía por zonas como la calle San Bernardo y la maraña de callejuelas que precedió a la Gran Vía (llamado entonces Barrio Latino por la cercanía de la universidad), por la calle Montera y por la zona alta del barrio de Lavapiés, como las calles Esgrima, Juanelo o Encomienda, donde había un famoso café cantante. La prensa de la época habla de “maratones orgíasticos” al caer la noche en el Parque de la Bombilla o en los jardines del Campo del Moro (la revista incluye un mapa comentado de aquel Madrid oscuro y desastrado).
También se dejaban caer por las redacciones de los periódicos donde trataban de colocar sus artículos, como se relata en el volumen Cronistas bohemios (Taurus), de Miguel Ángel del Arco, a través de nombres como Sawa, Dicenta, Antonio Palomero, Pedro Barrantes y Luis Bonafoux. La llamada Gente Nueva, en torno a 1900, a los que el autor les reconoce su importancia en el nacimiento del periodismo moderno e incluso relaciona con el Nuevo Periodismo.
Aunque se suele citar a la generación beat, en el Estados Unidos de los años 50, como el inicio de las subculturas juveniles y de la contracultura, bien podrían estos bohemios ser los pioneros en estos estilos de vida. “En los bohemios vemos algo que se repite en la historia”, concluye Rocha, “la revuelta de lo nuevo contra lo viejo”. Hoy en día la palabra bohemio se ha desdibujado: vale un arquitecto gafapasta habitando un ático en Lavapiés a 1.500 euros al mes.
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