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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Tenemos los museos bien puestos?

La polémica implantación del Hermitage debería ser la gran ocasión para enderezar la preocupante escasa presencia en el corazón de Barcelona de los museos, abundantes en su corona o en Montjuïc

Xavier Monteys
Un cartel en Montjuïc con indicaciones de museos.
Un cartel en Montjuïc con indicaciones de museos.Joan Sánchez

La polémica suscitada por la implantación de la franquicia del Hermitage, unido a que no hace mucho que se hicieron públicas las cifras de las visitas a los museos de la ciudad, obliga a pensar en nuestros museos. ¿Están bien puestos los museos en Barcelona? Lo cierto es que tampoco sabemos cómo se ha llegado tan lejos con la cuestión del emplazamiento del Hermitage y cómo no se ha podido dirigir antes hacia otro destino; en cualquier caso, parece inteligente pensar en otro emplazamiento siempre y cuando, claro está, no se vaya al parque de atracciones del Fórum. Por distintas razones, algunas evidentes y otras no tanto, nuestros museos están colocados mayoritariamente en el perímetro de la ciudad. Algunos en la primera línea frente al mar, como, en las Drassanes, el Museo de Historia de Cataluña, y otros en su equivalente a los pies de Collserola, como el Monasterio de Pedralbes o el Museo de la Ciencia. Algunos se han ido situando en Montjuïc, como el Etnológico, el Arqueológico, después la Fundació Miró, el MNAC, CaixaFòrum, y ahí conviene recordar que existe un plan para convertir la montaña en una especie de campuspara museos. Otro numeroso grupo está emplazado en Ciutat Vella y El Raval, como el Marés, el Picasso, el Museu d’Història y los más recientes, el MACBA y el CCCB, a los que hay que sumar el Centre d’Art Santa Mónica. Así es que, con la excepción del DHUB (excepcional en todos los sentidos), los tenemos frente al mar, en Ciutat Vella y El Raval, en Montjuïc y un par en el Eixample.

La ciudad debe valorar también ubicar un centro así en un edificio ya existente, pero con nuevas instalaciones

El Eixample central, en proporción a su peso en la ciudad, tiene pocos museos importantes: la Fundació Tàpies y La Pedrera —en cuanto sala de exposiciones— y la Fundación Mapfre, que ahora perderemos al trasladarse a la Villa Olímpica, que es aquí la verdadera mala noticia. Buscar una alternativa al emplazamiento del Hermitage ha suscitado, además, la cuestión sobre el tipo de edificio idóneo para estos museos. Si este debe ser un edificio reutilizado, como es el caso de les Drassanes, el Monasterio de Pedralbes, el MNAC, el CaixaFòrum, el Picasso, el Museu de Història, o la Fundación Tàpies (sin contar los que lo son por imperativo, como la Casa Batlló, La Pedrera o ahora, la Casa Vicens), o uno nuevo, como el que propone el Hermitage para Barcelona. Así pues, obviamente con muchos más datos sobre la mesa, se trata de que la ciudad piense en términos de un plan para la colocación de estas instituciones museísticas en un doble sentido: en qué lugar de la ciudad y en qué edificio existente, aunque este pueda completarse con nuevas instalaciones, tal y como prudentemente se han expresado los expertos. Pero todo ello sin olvidar que un museo hoy no tiene que ser necesariamente sinónimo de naves diáfanas: también puede ser un edificio con habitaciones como el de muchas casas y edificios que servirían sin duda para este cometido.

No tiene un aire muy cotidiano un museo que parezca un ‘iceberg’ retocado con soplete en un espigón del puerto

En cualquier caso, debería hacernos pensar la poca presencia de museos en el corazón de la ciudad. Los museos en la corona de la ciudad o en Montjuïc tienen el inconveniente de que se va a ellos especialmente. No es criticable en sí mismo, pero lo es que no haya un número razonable de museos o centros de arte a los que no debamos ir especialmente hasta allí. Museos que estén en los trayectos habituales, no sólo en los paseos del domingo. Estos museos deben invitar a poder ira a ellos también a tomar un café, a comer, a la tienda, o a estar un rato en el vestíbulo —que debe ser urbano— como algo habitual, y por supuesto, deben ser lugares cuya biblioteca pueda ser utilizada y los investigadores puedan ir a trabajar. Debería ser normal poder quedar allí con alguien. ¿Qué clase de cita es quedar en el Museu Blau? ¿Qué se puede ir a hacer allí además de llevar a los niños? Parte de la accesibilidad de los museos, lo que resulta una cuestión crucial para su popularidad, es que sea natural y fácil entrar, aunque no sea siempre para ver su colección; para ello, es imprescindible una entrada franca, que el personal no te acoja como en un tanatorio y que estén en nuestros recorridos cotidianos. Y en este mismo orden de cosas, no es cotidiano tener un museo que parezca un iceberg retocado con soplete en un espigón del puerto, como la propuesta del Hermitage. La arquitectura sirve para hacer buenos edificios y también buenos museos, no para hacer edificios-reclamo. La arquitectura debería ser también el arte de colocar bien las cosas en una ciudad y la política el arte de hacerlo posible.

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