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El autor de una tesis sobre el hachís que se fuma en Madrid: “He detectado muchas heces”

Manuel Pérez se gastó 2.000 euros en droga para realizar una tesis sobre la resina de cannabis que se vende en la capital y sus alrededores

El investigador Manuel Pérez, junto al Auditorio Nacional.
El investigador Manuel Pérez, junto al Auditorio Nacional.David G. Folgueiras

La inmensa mayoría de los porros de hachís que se fuman en Madrid contienen “mierda”. Literal. Manuel Pérez Moreno es, probablemente, una de las personas que más sabe de esta droga, pero nunca la ha probado. Ni un solo canuto, asegura. Y eso que para hacer su tesis doctoral en 2019, este farmacéutico se gastó durante un año unos 2.000 euros en comprar a decenas de camellos 90 muestras de resina de cannabis, o sea, hachís. El 88,3% no eran aptas para consumir por su nivel de impureza, concluye en su trabajo, hecho en la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense. Se lamenta de que ninguna Administración haya aceptado su ofrecimiento para colaborar casi un año después de leído su trabajo doctoral.

“El olor a heces del 40% de las bellotas” era un indicativo, explica el doctor Pérez Moreno, convencido “sin ninguna duda” de que las muestras llevaban restos de excremento humano. El hachís que se compra en la calle proviene casi siempre del menudeo y es fácil que haya sido ingerido en origen y, una vez en España, expulsado por el aparato excretor. A los que trafican de esta forma se los conoce como culeros.

El nivel de impureza está, además, relacionado con la forma en que se prepara la droga para su tráfico. Están más contaminadas las muestras en bellota que las de tabletas o lingotes, según la tesis de Pérez Moreno. Las tabletas son mucho más grandes en tamaño y “a nadie le caben por el culo, que yo sepa”. Pero, alerta, quemar con el mechero el hachís para preparar el canuto no elimina tan fácilmente la contaminación fecal.

El olor a heces no sirve para sacar conclusiones científicas, pero sí el hecho de que el 93% de las muestras de bellotas analizadas por Pérez Moreno contenía la bacteria E. coli (Escherichia coli), presente en el aparato digestivo de los mamíferos y que sí es un indicativo de contaminación fecal. El segundo factor contaminante examinado fue el hongo Aspergillus, presente en el 10% de las muestras. Alguna de esas 90 muestras analizadas superaban hasta 500 veces el límite de sustancias no aptas para su consumo.

El experto está seguro de que la bacteria no venía en la droga del país de origen, supuestamente Marruecos. Analizó las muestras por dentro y por fuera y ninguna de ellas estaba contaminada en su interior. Por eso concluye que la bacteria proviene del proceso de transporte, almacenamiento y venta.

Su objetivo era demostrar que lo que se fuma de la venta ambulante está muy contaminado o adulterado. Para ello dividió la Comunidad de Madrid en cinco zonas a las que acudía a comprar el chocolate: norte, sur, este, oeste y la capital. A veces iba solo. Otras acompañado. A veces la operación era coser y cantar, como en el parque de El Retiro. Otras cerrar el trato se complicaba algo o trataban de engañarle. “Esto no es como comprar una bicicleta en Wallapop, que la puedes probar antes de pagarla”. Eso sí, nunca se movió con más de un par de bellotas encima, por si le pillaba la policía poder alegar que era para consumo propio.

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La investigación revela, además, que el hachís de más calidad de la Comunidad de Madrid, aunque también el más contaminado, se vende en el Corredor del Henares y en el sur, en torno a ciudades como Móstoles, Parla, Alcorcón o Fuenlabrada. Por el contrario, es en la zona oeste, con un mayor poder adquisitivo, donde Pérez Moreno encontró las muestras de menor calidad.

“¿Qué vas a hacer con lo que te sobra de esta muestra? Es que tengo un amigo que fuma…”, le decían en el laboratorio. “Vaya hombre, aquí nadie fuma pero todos tienen un amigo que sí”, recuerda con una sonrisa.

En las muestras adulteradas, que es distinto de contaminadas, halló también sustancias que emplean los traficantes de manera intencionada, generalmente para aumentar el peso o el volumen, como la arena o la resina de pino. Y otros elementos que adulteran la droga de forma involuntaria como restos de otras plantas, plástico, cinta de embalar, tela y hasta cabello.

Todo eso, señala, puede acceder al cuerpo por la boquilla del porro. “Cuando alguien llega con una intoxicación a un centro de salud es normal que le pregunten qué ha comido, pero no qué ha fumado. Tampoco creo que el afectado lo reconociera abiertamente”, entiende el investigador.

Las Administraciones en todos sus niveles han hecho oídos sordos al ofrecimiento de Pérez Moreno de colaborar ante lo que él considera un “grave problema de salud pública”. Ni la municipal, representada por el Ayuntamiento; ni la autonómica, representada por la Comunidad de Madrid, ni la estatal, representada por el Plan Nacional sobre Drogas. “Es lamentable”.

Una vez leída su tesis el año pasado se puso a disposición de todos ellos. Tenía cierta esperanza en un Consistorio “progresista” como el de Manuela Carmena, “pero nada”. El Plan Nacional sobre Drogas le respondió para decirle únicamente que "muy interesante", pero que se lo comentara a su comunidad autónoma. Aunque lo que más le indignó fue que la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) le respondiera que estaban centrados en un programa de empleo femenino en Centroamérica.

Pérez Moreno, que antes de hacer su tesis viajó al norte de Marruecos a conocer de dónde viene el hachís, está convencido de los beneficios de la planta del cannabis pero no se muestra partidario de su legalización. Sí, en cambio, de su regularización para consumo terapéutico. “Estas sustancias deben pasar unos controles y no estar en manos de las mafias”. Y si se legalizan, pasa como con el alcohol, “que mira los chavales de 16 años comprando con toda tranquilidad”.

El farmacéutico entiende que habría que repetir su trabajo por interés público. Pero que él no piensa gastarse más dinero, porque además de los 2.000 euros invertidos en hachís, se gastó una cantidad mayor en material de laboratorio. “Es necesario informar y no prohibir. Esa sería la gran prevención”, concluye.

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Sobre la firma

Luis de Vega
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear año y medio por Madrid y sus alrededores. Antes trabajó durante 22 años en el diario Abc, de los que ocho fue corresponsal en el norte de África. Ha sido dos veces finalista del Premio Cirilo Rodríguez.

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