Entrégueme las llaves de su casa
Camorritos se ha convertido en una colonia singular con diseños de arquitectos españoles de todo el siglo XX y los vecinos de 78 chalets luchan por demostrar que son de su propiedad
“Cuidado, hay niños”. Esta señal, junto al camino de la capilla, saluda al visitante a la entrada de la Colonia de Camorritos. Es un remanso de paz en plena naturaleza a las afueras de Cercedilla donde a partir de 1920 se empezaron a levantar chalets. En total, 78, cada uno con su estilo, su arquitectura y una época plasmada en sus muros. Pero no hay rastro de menores en más de dos horas de paseo por estas calles, en realidad caminos sin asfaltar con algún recuerdo de las últimas nevadas. Apenas tres vehículos y un par de vecinos. Enrique Castells, 60 años, anda por allí como si fuera una enciclopedia sobre la colonia. Se lo conoce al dedillo. Sus padres, sus abuelos y su bisabuela disfrutaron del lugar en su momento, y él ha recorrido esos caminos desde que era un crío y jugaba con la pandilla a coger murciélagos en una cueva o a correr frente a la “casa de la bruja”, la que tiene una forma similar a la del cuento infantil de Hansel y Getrel. Camorritos es singular. Por lo hermoso del lugar y porque los vecinos llevan tiempo algo más que inquietos por una concesión que les ha caducado ahora. Ellos insisten en que no es una concesión. Que son propietarios. Que son sus casas y sus terrenos. Y que es su historia.
Esta colonia está situada dentro de las 85,5 hectáreas que el Estado liberó a través de una concesión de terrenos que pertenecían a tres montes diferentes catalogados de utilidad pública. En total cedió 2,5 hectáreas del Pinar de Helechosa, que pertenece a Navacerrada, 60 hectáreas del Pinar de Agregados, a Cercedilla, y 23 hectáreas del Pinar Baldío, a ambos municipios. El beneficiario fue la recién creada Sociedad Anónima del Ferrocarril Eléctrico del Guadarrama, símbolo de progreso y de una época que no tiene nada que ver con la actual. Y ésta, a su vez, realizó concesiones a terceros para promover, supuestamente, un bien social: la construcción de sanatorios de altura, que nunca llegaron a levantarse como tales. Hoy, la concesión, de un máximo de 99 años, ha caducado. Y el alcalde de Cercedilla, Luis Miguel Peña, ha pedido las llaves de sus casas a unos vecinos atenazados por una interpretación de la ley que no comparten. Un puñado de ellos sí lo ha hecho, según el edil.
“Es algo que estamos intentando gestionar, no te puedo concretar sin son cinco, diez o doce… han sido unos cuantos los que han llamado para entregar las llaves, pero esto está en fase todavía de alegaciones. También una residencia del Banco de España, que ya no la querían y directamente las han entregado”, asegura el alcalde. La mayoría de ellos, sin embargo, no las soltará sin luchar por lo que creen que es suyo.
“En ese monte de ahí está enterrado mi padre. Era su sueño”, señala Castells apuntando hacia las alturas de los Siete Picos. Es el secretario de la asociación de vecinos de Camorritos, unidos desde hace un tiempo para pelear por unos derechos que confrontan, según la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento, con la ley de montes, inmutable e inalienable, que estima que el suelo público pertenece al Consistorio y todo lo que hay construido ahí debe revertir ahora al propio monte.
Castells, ingeniero de minas en paro, vive en la casa que heredó de sus padres, de 110 metros cuadrados, con sus tres perros adoptados. “Hay días que son los únicos con los que hablo”, sonríe. Ocupa uno de los chalets con vida propia durante todo el año. En total, 16 vecinos. El resto utiliza sus casas como segunda residencia, es decir, aparecen por allí en verano y algunos fines de semana largos. Vivir en un lugar así parece algo bucólico. Y duro. Según quién lo mire.
Nada más entrar en la colonia, a la derecha, aparece una casona que en su día utilizaban los peones del ferrocarril cuando empezaron a construirlo a principios de siglo pasado. Es de las más antiguas del lugar, concretamente de las cinco primeras y recuerda a un caserío vasco o a una casa asturiana. Impoluta, mantiene un aire señorial que se respira en el ambiente.
Pero para estampa de película, no hay otra como la casa de las Tres Torres. Levantada piedra a piedra en 1945, parece sacada de un cuento de hadas. Sus dueños son de los que la ocupan los fines de semana, por eso la entrada de la casa permanece completamente blanca, consecuencia de las últimas nevadas que ha sufrido la colonia, a unos 1.300 metros de altura. “Es que aquí cuando se está realmente bien es en primavera y en verano. El invierno es para los que les guste esto, el frío y la montaña”, cuenta un Castells recio, que duerme con la ventana abierta casi todos los días del año. “Solo la cierro cuando la temperatura baja de los tres grados”.
El camino va alternando historias en forma de viviendas, vidas pasadas de épocas de pan duro o de esplendor entre la niebla. La del famoso psiquiatra Gonzalo Rodríguez Lafora, discípulo de Santiago Ramón y Cajal, es otra de las más emblemáticas. Construida también a principio del siglo pasado, sirvió de escuela para los niños de Cercedilla durante la Guerra Civil y, en tiempo de paz, se ha convertido, en ocasiones puntuales, en plató de algunas series de televisión como El vecino, Desaparecido o algunos capítulos de Cuarto Milenio. “Tras la guerra, mi abuelo se exilió y la casa fue incautada. Durante una década fue hospital de niños tuberculosos”, cuenta hoy su nieto, Jorge Astray Lafora.
En una vertiente del camino aparece la “casa del pintor”, como llamaban los críos de hace 50 años a la vivienda del escultor y artista César Manrique. Construida en altura, es peculiar y alterna el hormigón, el granito y una cristalera llamativa. Y genera opiniones para todos los gustos. “A mi padre no le gustaba nada”, se ríe Castells.
Lo cierto es que la historia de las casas es la historia de sus gentes. Algunos dueños mantienen un vínculo emocional heredado por varias generaciones, como el propio Castells, y otros llegaron después, con el tiempo, aprovechando una buena oportunidad para disfrutar de un sitio privilegiado. “La última casa se vendió hace dos años por unos 250.000 euros. Muy por debajo de su precio real”, admite el ingeniero de minas. De media, las edificaciones alcanzan los 160 metros cuadrados, según un informe presentado por los propios vecinos, que no quieren aparecer en la prensa como ostentosos o ricachones, “porque hay de todo”, pese a que la misma Esther Koplowitz aparece como una de las propietarias en el registro de la propiedad.
Por contra, Juan Uslé, de 32 años, vive con su hermana en una casa justo delante de la vía del tren y se dedica a la restauración. Regenta un curioso bar llamado El templo de Byggvir (el dios nórdico de la cebada) en Navacerrada, donde se puede beber una cerveza que elabora él mismo, “de aquí, de Camorritos”.
Dinero o no de por medio, la colonia se ha convertido en el reflejo de un singular laboratorio de ideas y diseños de arquitectos españoles de todo el siglo XX. Rivas Eulate, Zavala Lafora y Durán de Cottes probaron primero algunas de sus ideas vinculadas al movimiento moderno y a las formas tradicionales de la arquitectura popular. En los años 40, las casas plasman el modelo alpino, con la madera y la piedra como protagonistas. Luis Gutiérrez Soto, autor del aeropuerto de Barajas, Francisco de Asís Cabrero, del actual Ministerio de Sanidad o de Luis Martínez-Feduchi Ruiz, que proyectó el edificio Capitol, en la Gran Vía, pasaron por ahí. Como lo hicieron tiempo después Fernando Higueras, Manrique, Javier Lahuerta Vargas o Fernando Adra Solana, que proyectaron nuevas ideas en los años 80. La mezcla de todos configura un lugar único, con vistas privilegiadas y escoltado por montañas.
“Nos gustaría que el alcalde se reuniera con nosotros y nos informara. Lo último que dijo fue que él tiene que velar por el pueblo. ¿Y nosotros qué somos?”, pregunta Castells. “Si te digo la verdad, lo que me gustaría es hacer lo que mi padre. Morirme en Camorritos”.
La lucha por unos derechos que nadie escucha
Los vecinos de la Colonia de Camorritos (Cercedilla), con 78 chalés, se quejan de la gestión que las administraciones, tanto Comunidad de Madrid como Ayuntamiento, están llevando a cabo tras comunicar el fin de la ocupación de los terrenos en los que se encuentran sus casas. Algo similar ocurre con los vecinos de más de 300 apartamentos en el Puerto de Navacerrada. Las edificaciones son “de plena propiedad de sus compradores”, argumenta la Asociación de Vecinos de Camorritos. Insisten en el carácter patrimonioal de los terrenos, en la fijación de un precio para su adquisición y en la duración indefinida de sus derechos como compradores. Por otro lado, si prevaleciera el criterio de la Comunidad de considerar terminada la concesión transcurridos 99 años, entienden que ese plazo se estipuló en 1964 y que no puede tener carácter retroactivo, con lo que la concesión terminaría en 2063. Los vecinos se quejan de que han pedido una reunión con la presidenta Isabel Díaz Ayuso y que no han recibido respuesta alguna. Al alcalde no lo ven hace casi un año.
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