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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Apuntando al día después

El fracaso de la política ha conducido a donde no teníamos que haber llegado nunca: a que el Supremo tenga que dirimir un conflicto por dejadez e irresponsabilidad de los otros dos poderes del Estado

Josep Ramoneda
Carles Mundó durante su declaración en el juicio.
Carles Mundó durante su declaración en el juicio.efe

"Tenemos problemas importantísimos sobre la mesa que no se quieren ver. Por supuesto, el conflicto político entre Cataluña y España es uno de ellos, que algunos no se atreven a abordar por miedo a encontrar soluciones”. La frase es de Carles Mundó, exconsejero de Justicia, acusado en el juicio del procés. En vísperas de la esperada sentencia del Supremo abundan en los medios las reflexiones sobre la crisis de la política y de los políticos. Un modo de evitar la tentación de anticipar las consecuencias de la sentencia antes de que sea pronunciada y, al mismo tiempo, avanzar temas de reflexión para el día después. Y el primero y principal de ellos es el fracaso de la política que ha conducido a donde no teníamos que haber llegado nunca: a que el Supremo tenga que dirimir un conflicto por dejadez e irresponsabilidad de los otros dos poderes del Estado, el ejecutivo y el legislativo. Un debate que toma un cariz distinto desde el momento en que Felipe González, represente genuino de las élites políticas de la transición, ha levantado acta del fracaso que hace que “todos estemos pendientes de lo que decida el Supremo”.

Con la mirada en el día después de la sentencia, la reflexión de Mundó me interesa porque apunta a lo que me parece que son las cuestiones clave del futuro inmediato: Primero, estamos ante un conflicto político, y hay que tratarlo como tal, más allá de lo que decida el Supremo. La sentencia no pone punto final a nada. Al contrario, debería operar como una apelación a la responsabilidad de los políticos para que asuman sus obligaciones y trabajen por reencuentro.

La sentencia no pone punto final a nada. Debería operar como una apelación a la responsabilidad de los políticos

Segundo, la tendencia a la demora, a la postergación de los problemas, al no hay alternativa, al fatalismo de la desidia, es el fracaso de la política que parece columpiarse en su impotencia, incapaz de afrontar unas mutaciones que piden respuestas urgentes, de la transición ecológica a la evolución demográfica, de las tecnologías de la información a las tecnologías de la vida, de la automoción al futuro del trabajo y de las pensiones. Eludiendo los grandes problemas, la política se empequeñece día a día.

Tercero. Pasado el momento de la sentencia no cabe instalarse en la comodidad de las inercias, ni los que gobiernen en España ni los dirigentes de los partidos políticos tienen derecho a dar el conflicto por amortizado, como si la sentencia judicial fuera la última palabra, y limitarse a la apelación permanente a las vías de excepción y al juzgado de guardia; ni los dirigentes independentistas pueden parapetarse detrás de la reacción de los amplios sectores ciudadanos que no entienden que se haya llegado hasta aquí, para conservar la posición y seguir instalados en la inanición política. Llevamos dos años de estancamiento y, en ambas partes, la tentación de convertir el atasco en normalidad puede ser grande. Buscar soluciones es mucho más difícil que mantener un estado de sórdida confrontación permanente que, sin embargo, es degradante para todos.

El día después toca volver a la política aunque, como dice Mundó, algunos tengan miedo a buscar soluciones, quizás por temor a perder sus espacios de confortabilidad, de arriesgar posiciones personales o de grupo. Sin valentía política —es decir, sin coraje para contradecir a los tuyos cuando sea necesario— nunca se abrirán expectativas razonables. El esfuerzo de pensar cómo superar los lugares comunes de cada parte, como acabar con el lenguaje de las barreras infranqueables para entrar en una dinámica que rompa con la negatividad como única forma de comunicarse, empieza por un ejercicio de comprensión y de sentido de libertad para el día después.

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Llevamos dos años de estancamiento y la tentación de convertir el atasco en normalidad puede ser grande

Hay que dejar espacio para digerir la sentencia y al mismo tiempo hay que romper las inercias que invitarían a ambas partes al repliegue sobre sí mismas. Se echa de menos un liderazgo decidido del actual presidente del gobierno. Si realmente quiere ser garante de convivencia y “reconstruir puentes”, no basta con mensajes de ida y vuelta, un día con el 155 y otro con retórica buenista. Falta voluntad expresa de reconocimiento y propuestas políticas que vayan más allá de la apelación genérica al marco constitucional. El problema seguramente es que no las tienen. Y que es más fácil dejarse llevar por las inercias, aunque estas conduzcan a un bloqueo indefinido. La izquierda instalada en el miedo resulta deprimente.

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