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La soledad, un cadáver y un perro

Un animal se come parte de un pie de su dueño, que había muerto un mes atrás sin que sus vecinos se dieran cuenta

Juan Diego Quesada
Celia Cruz, la vecina que alertó a la policía sobre la muerte de su vecino, en la ventana de la vivienda por la que accedió la policía.
Celia Cruz, la vecina que alertó a la policía sobre la muerte de su vecino, en la ventana de la vivienda por la que accedió la policía.

Matías llevaba un tiempo encerrado en sí mismo. La muerte de su madre y el diagnóstico de un cáncer de páncreas le habían llevado a aislarse en el bajo de un edificio en el que había vivido durante toda su vida. Los vecinos le habían perdido de vista hacía un mes. La policía encontró su cadáver el domingo por la tarde después de que una vecina denunciara el mal olor que salía por debajo de la puerta. Encerrada con el cuerpo en descomposición y sin comida, una perra que vivía con él se comió parte del pie derecho, según informó este miércoles la Jefatura Superior de Policía.  

El cadáver fue encontrado encima de la cama del dormitorio principal. En el momento de su muerte a los 56 años, Matías estaba de baja laboral. Era cocinero de la cárcel de Soto del Real hasta que la enfermedad le impidió seguir trabajando. En los últimos tiempos había tenido una mala relación con el resto de gente del edificio porque ponía la música muy alta y no limpiaba la suciedad de la perra, a la que había dejado de sacar a pasear. Sin embargo, nadie le echó de menos cuando desapareció. 

No fue hasta que Celia Cruz ("a mi me padre le gustaba la salsa cubana") regresó de vacaciones al barrio de Ascao. Vivía pared con pared con Matías. Al abrir la puerta de casa, un hedor insoportable le dio la bienvenida. Intentó aplacarlo con un ambientador con olor a jazmín, pero no sirvió para nada. Le dio dolor de cabeza, tuvo náuseas, vomitó en el baño. El olor a podredumbre se colaba a través de la cristalera que compartía con Mati. Asomó la cabeza a ver si lograba ver algo que le proporcionara una pista pero no lo logró. Sobre las 14.00 avisó a la policía, y un rato después estaban allí unos policías acompañados de los bomberos. 

La perra le ladró a los intrusos. Los agentes se asomaron por una de las ventanas que da a la calle y concluyeron que el interior estaba infectado. Para acceder forzaron la ventana y se pusieron un traje de seguridad. "Como los que se ponen los señores que luchan contra el ébola en África", explica Cruz. La mujer esperó un tiempo prudencial hasta preguntarle a un policía que parecía estar al mando de la operación:

-¿El Mati está vivo?

-No, señora. Lo siento.  

A las 18.30 se presentó el forense en el sitio, el número 48 de la calle Esteban Collantes. "Después vinieron los de la funeraria. Y llegaron con esos maquilladores que ponen guapos a los muertos. Y pensé: 'Seguro que al menos va a salir muy guapo el Mati'. Al menos eso, oye". Celia Cruz, pese a los conflictos que tuvo con su vecino, dice que fue un hombre con buen fondo al que la vida le fue poniendo zancadillas. 

La madre del fallecido, Paquita, era muy conocida. Se había venido a vivir a este conjunto de edificios bajos con verja y cancela, enclavados en una cuesta, a principios de los noventa. Crio a tres hijos. Matías se casó pero el matrimonio no funcionó y regresó a casa de su madre, donde ha vivido hasta el final de sus días. No tenía hijos. En el barrio se juntaba con otros dos amigos que trabajaban en la misma prisión, uno en la farmacia y otro en labores de intendencia. 

La muerte de su madre marcó el principio de su fin. Una mañana, Paquita le dijo a Matías que no se sentía bien, que se fuera al bar a desayunar. No tenía el cuerpo para encender la cafetera y la tostadora. El hijo fue al más cercano, tomó café y al volver se encontró muerta a su madre. Aquello le causó una gran impresión. La anécdota la cuenta el dueño del bar de cabecera de la familia, El Rejas, regentado por un portugués llamado Antonio Santos. "El chico fue de capa caída cuando pasó eso y tuvo el cáncer ", dice Santos.

Le molesta que se diga ahora en el barrio que era conflictivo, que incordiaba con la música, que nunca lleva una bolsa para recoger los excrementos de la perra: "Estaba solo, enfermo y con muchos problemas. ¿Qué iba a estar, muerto de risa?". 

El año pasado, 17 personas fallecieron en soledad en la capital, según datos municipales. El Servicio Veterinario de Urgencias (Sevemur) del Ayuntamiento se ha hecho cargo del animal.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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