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Tres pioneras en la Guardia Civil

Agentes que prestan o prestaron servicio en Lugo rememoran la incorporación de la mujer al cuerpo

La agente Mónica Revilla, prestando servicio en la Agrupación de Tráfico.
La agente Mónica Revilla, prestando servicio en la Agrupación de Tráfico.

Hace casi 31 años, 197 mujeres ingresaban en la Academia de la Guardia Civil de Baeza (Jaen) y unos meses después, hace justo 30 años, 89 de ellas recibían destino inaugurando una presencia de agentes femeninas que ya no sorprende a nadie. Ángeles Marcos, Belén Veiga y Mónica Revilla, que han prestado servicio en Lugo, han vivido en distintas etapas de esa incorporación de la mujer al cuerpo. Hoy son en España 5.529 efectivos, solo un 7,27% de una plantilla formada por 78.000 personas.

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María de los Ángeles Marcos, de 58 años, fue la primera mujer guardia que llegó a Lugo. Al salir de la academia fue destinada a Meira. "La mentalidad de aquella época no era como ahora”, cuenta. La desconfianza no solo anidaba en el cuartel sino en la sociedad de aquel momento, en la calle, donde la miraban con cierta extrañeza. Sus propios jefes de entonces llegaron a amonestarla porque su pareja, que era militar, aprovechaba los fines de semana para visitarla en Meira. “El hecho de que fuera mi pareja ahí a verme lo llevaban bastante fatal, a pesar de que era militar [el novio] no lo veían decoroso”, recalca, un episodio que finalmente quedó en nada porque aunque vivía en un pabellón, esas viviendas son como un domicilio particular.

Mónica Revilla fue la primera mujer asignada a la Jefatura de Tráfico. Nacida hace 40 años en Bilbao aunque de familia lucense, lleva 11 subida a una moto. Viene de dos generaciones de guardias. “Mi abuelo fue guardia y entró cuando se cumplieron 100 años de la fundación (1844); mi padre que está retirado coincidió con el 150 aniversario (1994); y ahora yo en el 175 aniversario”, constata la agente, que fue testigo de uno de los últimos atentados de ETA en la casa cuartel de Durango donde permaneció dos años: “Estaba en la habitación cuando hubo una fuerte explosión. Al principio estábamos muy desconcertados, al abrir la ventana ya olíamos a pólvora. Fue en agosto de 2006. El atentando fue a las tres de la mañana. Entraba de servicio a las cinco y tuve que hacerlo igual. Ya con el día fue más duro ver como había quedado destrozado. Hicimos el servicio encima de los escombros”.

Tercia Belén Veiga, 51 años y sargento primero de la Guardia Civil. Fue la primera sargento en arribar a la provincia. “Éramos de las primeras sargentos [cuarta promoción de mujeres] que salimos pero [las mujeres] ya llevaban unos años y la gente ya se estaba acostumbrando”, señala. "Cuando hablaba con la gente mayor sí es cierto que te decían: 'así que eres mujer y eres mando y mandas sobre los hombres'. Y se veía que se ponían muy contentos”, bromea.

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"La Guardia Civil estaba masculinizada y cerrada, hoy no tiene nada que ver con lo que vivimos las primeras mujeres”, apunta Marcos. Ella estuvo destinada en el aeropuerto en Santiago, en el destacamento de seguridad, donde recuerda que las mujeres no contaban aún con vestuario propio ni baños acondicionados. Lo mismo le ocurrió en Pontedeume (A Coruña) donde nunca tuvo vestuario, aunque como había pabellones libres los usaba para dejar la ropa y cambiarse.

Sobre los problemas para conciliar el trabajo con la vida familiar y personal, Veiga, con dos hijas, es la más contudente. “Tienes que renunciar muchas veces a lo personal. Aunque esto no es un problema de la Guardia Civil, es un problema de la sociedad", señala. "La Guardia Civil ha sacado mucha normativa para conciliar pero a nivel de sociedad existe un problema, no existe esa corresponsabilidad familiar en las dos partes de la pareja”.

Marcos aún palidece cuando recuerda un servicio en Pontedeume: “Una familia de las que veraneaba en Cabanas empezó a recibir amenazas: si no depositaban una cantidad le iban a hacer algo a la señora. Decidieron que fuera yo a entregar el dinero al punto donde habían dicho los delincuentes. Fui a la casa, me pinté el pelo de oscuro y me dieron ropa de la mujer a la que se pretendía extorsionar. Había que entregar el dinero en un poste de la luz a una hora determinada. No pegué ojo en toda la noche. Ese día llevaba una mochila con papeles de periódico. Fui ahí, deposité la mochila y no apareció nadie”.

Otro aspecto en el que coinciden estas tres guardias es la ropa que se les dio cuando accedieron a la academia. A la más veterana, a Marcos, le dieron en 1988 “un chándal azulón y para correr un pantalón corto y camiseta de tirantes". "Como los tirantes les parecían demasiado provocativos", relata, "teníamos que estar con la parte de arriba del chándal con un calor que te mueres. En formación más de una se caía porque era horrible”.

El renqueante “conciliar” puede abocar a más de una a renunciar a su carrera para evitar el cambio de destino. Esto le ocurre a la sargento Veiga, con más de 30 años de servicio, que descarta ser brigada, pesando en “lo familiar”. Incluso rechaza ascender a oficial porque esto supondría también un año de academia y un año fuera de casa.

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