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OPINIÓN
Columna
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Elogio de las normas

Vivimos malos tiempos en España para esta cultura de las normas que nos civiliza

La Asamblea de Madrid, el día de la investidura de Isabel Díaz Ayuso como presidenta regional.
La Asamblea de Madrid, el día de la investidura de Isabel Díaz Ayuso como presidenta regional.U. M.

La historia de la humanidad, frente a la de los animales, es la historia de las normas. Nos hemos dado de todo tipo (morales, sociales, jurídicas) con la voluntad fundamental, en la mejor lectura que es democrática, liberal y republicana, no tanto de limitar la libertad cuanto de ordenarla, de racionalizarla y de igualarla para hacerla posible a todos, evitando o castigando el abuso y la dominación del naturalmente más fuerte. Primero hubo normas religiosas para todos y progresivamente, conforme avanzaba la civilización y se consolidaba el proceso de secularización y la Modernidad, éstas formaron parte únicamente de la ética privada de fieles y creyentes siendo sustituidas por las normas comunes, generales y abstractas, de la ética pública, las reglas sociales más básicas y singularmente el Derecho, laico por definición, que nos obliga a todos por igual, gobernantes y ciudadanos, creyentes y no creyentes.

Vivimos malos tiempos en España para esta cultura de las normas que nos civiliza, que nos saca de la guerra de todos contra todos y que nos iguala en la libertad. En ellas está también la “revolución del respeto” que reclamó Fernando de los Ríos. La corrupción, que supone saltarse las reglas más básicas con el fin de enriquecerse, ha sido una de las peores expresiones de este retroceso ético. Pero no es la única. Los insultos que proliferan en las redes sociales, o la descortesía parlamentaria instalada en nuestro parlamento y en las asambleas legislativas de las comunidades autónomas contribuyen también a que nos encontremos en una grave crisis de convivencia, de confianza mutua y en un deterioro serio de la política y de la imagen de los políticos. En las primeras legislaturas de la democracia, si un diputado llamaba a otro “fascista” o “rojo”, el presidente le llamaba al orden y a la cortesía parlamentaria. El recuerdo de la guerra (in)civil y de la dictadura de Franco estaba muy presente. Ahora se puede acusar de ser “amigo de los terroristas”, o de “los golpistas” o de tener las “manos manchadas de sangre”, no sólo con impunidad, sino con absoluta normalidad, aunque entre tus filas tengas a Quico Tomás y Valiente cuyo padre, un gran hombre y un gran demócrata, fue asesinado por ETA. Y se lanza el exabrupto con naturalidad, como si fuera aceptable en una democracia parlamentaria, como si fuera un argumento, volviendo a la peor dialéctica del amigo-enemigo de funesto recuerdo en nuestro país y en Europa. Es la lógica del odio que identifica al legítimo adversario con un enemigo substancial al que hay que destruir, si no físicamente, sí en su honor, prestigio, reputación o buen nombre.

Respetar las normas que nos hemos dado en el espacio público, también las reglas del trato social y de la cortesía parlamentaria, no nos hace menos libres sino más civilizados y más iguales en la libertad, y es tan fundamental como acatar el principio de las mayorías. Debemos hacer un esfuerzo todos por desterrar el insulto y la ofensa personal de grueso calado del debate político y parlamentario y aspirar a ofrecer buenas razones, argumentación y deliberación. En juego no sólo está la ética pública, fundamento moral de la política democrática, sino la convivencia y la concordia en España, nuestro proyecto de vida en común dentro de Europa y de un mundo más humano, es decir, regido por normas, iguales y compartidas. Es la esencia de la filosofía de los límites al poder, de todo poder, también el de uno mismo en relación con los demás. Nuestros hijos e hijas, las futuras generaciones, merecen que les dejemos un legado ético y cultural que favorezca el diálogo, la razón y el respeto mutuo sin los cuales la libertad de todos y de todas será imposible.

 José Manuel Rodríguez Uribes es Secretario Ejecutivo de Laicidad en el PSOE y Portavoz Adjunto del Grupo Parlamentario Socialista en la Asamblea de Madrid

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