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Crónica
Texto informativo con interpretación

La furia de Stormzy abre el Sónar noche

Káryyn destaca en una tarde del festival en la que Dellafuente defiende la escena local

Stormzy, durante el concierto del viernes por la noche
Stormzy, durante el concierto del viernes por la nocheJUAN BARBOSA

Botes, ritmo, gritos y palabras escupidas a la velocidad de un kalashnikov. Stormzy, incluido a última hora en el cartel del festival, pautó el inicio de la primera noche del Sonar con su estilo musica grime, imparable atlético, un sopapo para encarar la noche que justo entonces comenzaba.

El espectáculo empezó horas antes. De entre los festivales que ofrecen tapados en sus carteles, el Sónar es uno de los que tradicionalmente ha tenido más sorpresa en el capítulo de artistas noveles. Esta ha sido una de las características del festival, que en su segunda jornada diurna otorgó este papel a Káryyn, una artista nacida en Alabama en una familia armenia que protagonizó uno de los conciertos de la tarde. Además de su presencia destacó la del veterano DJ Krush, quien actuó en un Village ya con nutrida asistencia o Dellafuente, cuya actuación a última hora de la tarde llenó su escenario cubierto, y no sólo porque allí hacía menos calor. Son alguno de los nombres de un menú inabarcable que invita al diario paseo peripatético.

Káryyn tiene un solo larga duración, The Quanta Series y su cancionero nutrió su actuación. Sola en un escenario en penumbra decorado con gelatinas —filtros de color usados para matizar o colorear focos— suspendidas como si se tratase de la colada tendida de un androide, y un set sin demasiado aparato que de tanto en tanto abandonaba para cantar en el frente del escenario, inició su actuación con un tema a capella que pareció cantado en armenio. Inmediatamente después dio salida al corpus central de su música, un conjunto de piezas delicadas esculpidas detalladamente por su voz y sostenidas por ritmos cortados, filtraciones de ruido y crepitaciones varias. Fue una suerte de contraste entre seda y lija, aunque de grano fino, no la lija que erosiona. Aunque el formato de canción es el propio de Káryyn, el público no aplaudía hasta que ella decía "thank you", aplaudir a destiempo penaliza en el Sonar. Más contrariado se mostró el público que siguió el set del japonés DJ Krush, imposible de bailar en su retorcimiento rítmico a menos que se desee acabar con las piernas hechas un nudo. Sí, Krush definió el hip-hop instrimental, pero nunca se abandobnó al ritmo previsible.

Otra característica particular del Sónar es generar lo que podríamos denominar el “síndrome del paleto”. Cuando el público lee la presentación de los artistas en el programa, caso de Holly Herndon en la presentación de Proto, aparecen conceptos desbordantes que intimidan, tales como inteligencia artificial (la norteamericana es licenciada en esta materia por Stanford), procesadores digitales que leen las voces humanas y las reproducen casi en una suerte de humanidad digital y toda una suerte de retórica sobre un futuro inminente con complejos softwares incluidos. El público, entonces, cree razonablemente aturdido que lo que escuchará le permitirá asomarse al mañana en una verdadera epifanía.

Pues bien, el concierto de Holly, una de las artistas mimadas por el festival, tuvo bastante de Orfeón Donostiarra versión minimalista con la dieta de besugo y marmitako mutada en proteínas sintéticas. El espectáculo, con unos visuales tirando a new age bastante planos, fue extraordinariamente irregular, alternando canciones casi naíf interpretadas con seis voces, una de ellas la de Holly, con otras más interesantes y de cierto corte experimental en las que bajos disruptivos cortaban las alas a las voces angelicales. En el colmo de la ingenuidad pre-tecnológica, el grupo vocal interpretó una canción a capella que hizo pensar en que Manhattan Transfer podrían haber triunfado en el Sonar. Mejor estuvo Holly cuando cantó una pieza apoyada por lo que parecían voces artificiales. Y un detalle que se repite año tras año: el público baila al primer atisbo de ritmo predecible, hasta el punto que el próximo Sonar podría orquestar una instalación gloriosa entorno a una gotera de flujo regular.

Pero esa tecnología que define el Sónar puede también jugar muy malas pasadas. Y es que cuando las voces están apoyadas por pregrabados, hay que cuadrar la voz real con la enlatada, perdón, con la disparada por el software. Es lo que en la tele se llama seguir el playback, algo necesario desde los tiempos de Tocata. Aleesha, una de las nuevas promesas de la música urbana nacional, ahora toca buscar mujeres urbanas, tuvo unos cuantos despistes en el primer tema de su concierto, y la voz sonaba sin coincidencia con sus labiales. Eso dejó en el aire una sombra de duda sobre el resto del concierto, una duda como la que acompaña a la cabeza de caballo que preside su escenario –Sónar XS-, sobre la que planea la incertidumbre de si se trata de una taxidermia, algo muy propio de la tortuosa imaginación de Sergi Caballero, autor de la imagen del festival, o es una simple construcción en cartón.

Mientras tanto, ni el camello de Lawrence de Arabia hubiese resistido el calor húmedo que a primera hora de la tarde caía sobre el Village. Allí pinchaba para el sol, literalmente, el dj nacional Cascales, a quien seguían fundamentalmente los aguerridos espectadores que bailarían con la gotera. El resto del público, aún no muy numeroso a esa hora, se apostaba prudentemente en la sombra de las carpas. Eso sí, Cascales bailaba por todos en su cabina.

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