Joy Eslava y Teatro Barceló: el clan nocturno de Los Trapote
Trapote compró Pachá en 1996 por 800 millones de pesetas. "Cada generación tiene la necesidad de su propio protagonismo"
Acaba de llegar de París. “Vengo de ver cómo gana Nadal su duodécimo Roland Garros en la pista central. No es la primera vez, le he visto todas. Las 12 veces”.
— ¿Irá también el año que viene?
— (Ríe) Claro.
Pedro Trapote, de 80 años —americana gris, pantalón chino beis, zapatos marrones y camisa blanca impoluta—, es propietario de dos de los rincones más emblemáticos de las madrugadas madrileñas. El jefe del Grupo Trapote —Teatro Barceló, Joy Eslava, Chocolatería San Ginés— saluda a sus empleados al entrar en la sala Barceló, en el centro de Madrid, una mañana de junio. “Los locales hay que verlos con luz de servicio, cuando está la limpieza”. Minutos antes su hijo Pablo —vaqueros oscuros y camisa blanca serigrafiada con una P y una T— realiza el mismo ritual con una sonrisa blanca de oreja a oreja: “Buenos días a todos”.
En el suelo de Barceló —hasta el 19 de abril de 2013 Pachá— rezuma todavía el olor añejo de los combinados de la noche anterior y algunas pisadas se vuelven pegajosas: huellas de buenas juergas. Muy de mañana los reservados de la planta baja no son más que sofás alborotados y sus tres barras, con el sol entrando como un faro por una de las puertas de emergencia, rincones desangelados.
“La noche es el escaparate de un trabajo de día”, cuenta Pablo, uno de los cinco retoños de Trapote y heredero de este santuario nocturno. “Vengo casi todas las noches a supervisar. Que yo esté hace que los trabajadores estén más dispuestos”. Las dos cerezas de Pachá llegaron a Madrid la noche del 23 de abril de 1980. A las pocas madrugadas ya estaba en el trono de las salas de la capital. “Felipe (el Rey) se ligó aquí a Isabel Sartorius”, contaba el fundador de la sala Ricardo Urgell a la revista Vanity Fair hace seis años.
“Cuando los Rolling Stones tomaron la pista y sacaron a bailar a las chicas, la gente se quedó con la boca abierta. A Mick Jagger le gustó mucho una modelo alemana guapísima”, rememoraba Marilé Zaera, relaciones públicas de la sala durante 12 inviernos. Para el patriarca de los Trapote la noche es un ciclo que va cambiando. “Después de los Rolling vino Michael Jackson, y después un genio llamado Almodóvar y luego la emancipación de la mujer. Recuerdo al principio que en Joy y Pachá las mujeres guapas tenían acceso gratis. Otras, menos favorecidas, no entraban”.
Trapote compró Pachá en 1996 por 800 millones de pesetas (4,7 millones de euros). “Cada generación tiene la necesidad de su propio protagonismo. El mío fue el salto a la democracia tras el golpe de Estado del 1981”. Dice que si tuviera que decantarse por una de las dos salas escogería, sin dudarlo, la Joy de la calle Arenal. Lógico. 48 horas después de que Tejero disparara al cielo del Congreso, la Joy abrió sus puertas. Días antes se habían repartido más de 5.000 invitaciones para semejante jolgorio libertario. “Recuerdo que los coches llegaban hasta Cibeles porque la calle Arenal estaba abierta al tráfico. Era la fiesta de la libertad”. Fue tal éxito, que se convirtió en la primera discoteca de la capital que abrió todos los días de la semana.
Se hicieron desfiles de moda, se estrenaban películas, se convirtió en el plató del programa Aplauso de TVE... “Tenía dos relaciones públicas muy buenos, pero el mejor era Jean Luis Mathieu. Poseía una agenda increíble”. Y tanto. Una noche se presentó Christian Barnard, el médico sudafricano que hizo el primer trasplante de corazón en el mundo. “Otro día vino Roger Moore y se encaprichó con una modelo. Su esposa, que estaba en la sala, se marchó. Él se quedó, claro”. Otra madrugada vino un príncipe árabe y pidió la recaudación de la sala. “¡Eran dos millones de pesetas!”. Se la dieron, eso sí, con la condición de que lo devolviera. “El príncipe se subió a la tercera planta y comenzó a tirar los billetes a la gente de abajo. La gente se volvió loca”.
Dice que alguna vez que otra se ha subido al escenario, que impone —“La gente cuando baila en la Joy parece que está actuando en un teatro”— que nunca ha bebido, ni fumado— “nadie podrá decir que ha visto a Trapote fumarse un porro o meterse una raya”—, que le encantan los toros, “yo soy un español recalcitrante, me gustan los huevos de Casa Lucio”. De sobra es conocida su amistad con el rey Juan Carlos, al que le hizo un homenaje en su finca de Aranjuez un domingo después de anunciar que no haría más actos oficiales. Por si alguien cuestiona la amistad, el nieto más carismático del monarca emérito, Froilán, trabajó como relaciones públicas para Joy. “Tenía la inquietud de administrarse una propina”.
Este año la sesión que saltó a la fama fue la de Santiago Abascal, el líder de Vox. Un mes antes de la campaña electoral los jóvenes de la formación alquilaron la sala Barceló. “No es una ideología familiar”, zanja Trapote, “era un tema interesante económicamente para la casa”. Su hijo Pablo añade: “Carmena también intentó hacer un mitin aquí, pero al final no salió”. ¿Y lo de cerrar algunas noches con el himno de España? “No es ninguna instrucción, donde lo pongan lo respetaré”.
— ¿Qué tal ve a su hijo al frente del negocio?
— Le veo futuro, pero le pido que no salte de tres en tres los escalones.
Los rincones de los Trapote seguirán en los planes de las nuevas generaciones. No hay planes de venta. Solo expansión. Al final todo se resume en lo que dijo Pedro el día de la inauguración de la Joy: “Esto es un club de amigos de gente maravillosa, que se reúnen para tomar una copa y charlar, que se conocen y se aprecian y eso, sencillamente, es una de las cosas más entrañables y reconfortantes que hay en la vida”.
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