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El FIB cumple 25 años con sobrepeso británico

Benicàssim, decano de los grandes festivales pop españoles, tiene un notable bagaje y un futuro pendiente del público local

Björk, en su actuación en el Festival de Benicàssim en 1998.
Björk, en su actuación en el Festival de Benicàssim en 1998.ÁNGEL SÁNCHEZ

Una ardilla podría cruzar hoy España de festival en festival y no necesitaría tocar el suelo. Pero no siempre fue así. Hace un cuarto de siglo, los hermanos José Morán y Miguel Morán, que gestionaban la madrileña sala Maravillas, se aliaron con Luis Calvo (del sello Elefant) y Joako Ezpeleta (de la revista Spiral) para idear una cita de tres días, a semejanza de esos grandes festivales británicos. Lo hicieron en Benicàssim. “Suelo parafrasear a Lennon al hablar de Elvis, diciendo que antes del FIB no había nada”, comenta Jorge Martí, cantante y compositor principal de La Habitación Roja, para referirse a un fin de semana que “se convirtió en un lugar al que peregrinábamos grupos, sellos, prensa, programadores y público”. Su grupo ha actuado allí en seis de las 24 ediciones, y ha perdido la cuenta de las ocasiones en las que acudió como público.

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“Surgió casi de forma inconsciente y como punto de encuentro de la industria, tras la resaca de la Movida y dando voz a esa regeneración”, cuenta José Morán que, junto a su hermano, traspasó la gestión al británico Vince Power en 2009, quien a su vez lo hizo a Melvin Benn en 2013. Morán dirige ahora el festival madrileño Paraíso, pero se extiende sobre un proyecto que lo fue todo para él durante 15 años. Por algo el FIB es de los pocos festivales españoles que tienen su propia mitología y liturgia: la tradicional sesión de dj de Aldo Linares, el vals multitudinario con el que se cierra su escenario principal; el cúmulo de anécdotas en torno a su pista de karts; el agujero por el que se colaron decenas de personas en su primera edición o el vendaval y aguacero que destrozaron su escenario principal y que a punto estuvieron de sepultar a los escoceses Urusei Yatsura en pleno concierto... Hay un par de documentales sobre su trayectoria, e incluso una novela, Siempre nos quedará el FIB, escrita por el mallorquín Pau Forner.

“El primer año me cambió la vida, y desde entonces me sube la adrenalina desde que llego al recinto por la carretera nacional y veo el escenario ya montado”, relata Miguel Ángel Sancho, un ingeniero agrónomo de Alcanar (Tarragona), de 45 años, que no ha faltado ni a una sola de las ediciones. La cita de Benicàssim es casi una religión para un puñado de melómanos que han crecido con el festival, que han conocido allí a gente esencial en sus vidas, que han ido formado incluso una familia sin faltar a ese fin de semana de julio, antes en agosto. El libro Manual del perfecto festivalero (2015), de Jorge Obón y Gerardo Cartón, trazaba un baremo de los principales festivales estatales, y en un apartado tan intangible como es el de “la magia del recinto”, el FIB figuraba entre los primeros. Es el peso de la historia. Por mucho que en el discreto cartel de esta nueva edición (del 18 al 21 de julio) nada haga pensar que se trata de un señor 25 aniversario.

Hay un bagaje, unas infraestructuras más que consolidadas y un know how que se han curtido a lo largo de todo este tiempo, y que fueron modélicos para los que vinieron después. “Hacer entender a los políticos que era un negocio que generaba riqueza tangible y una promoción intangible, no fue fácil”, confiesa José Morán. “Hoy hasta hay una marca autonómica, Musix, que promociona los festivales en Fitur”. Benicàssim fue un destino elegido “casi por azar”, un acuerdo primero tramado con el entonces alcalde socialista, Francesc Colomer (hoy dirige la Agència Valenciana de Turisme) y luego con el consistorio popular de Alejandro García, ya en 1995. “Al principio lo cuestionó”, hasta que vieron que “el público que asistía era respetuoso y gastaba su dinero en la localidad”. La consolidación llegó en 2000, con los patrocinios, recuerda Morán. “El primer gran triunfo, irrebatible, fue “en 2002, con Radiohead, nuestro primer sold out, con el que empezamos a recibir críticas muy buenas de medios ingleses o franceses: en el NME estábamos en el top 10”, agrega.

Un aniversario sin derroches

El festival lleva algunos años enrocado entre grandes reclamos británicos y el intento por recuperar a ese público español que fue desertando hace una década, y al que en últimas ediciones se ha apelado con una combinación de nuevos sonidos urbanos e indie de nuevo cuño. La inclusión de Vetusta Morla como cabezas de cartel del domingo, por encima incluso de viejos conocidos que nunca fallan, como los británicos Franz Ferdinand, encajan en esa clave. Carolina Durante, La M.O.D.A., Cariño, Novio Caballo, La Zowi, Cora Novoa, Alien Tango, Kokoshca, Cupido, Mueveloreina, Disco Las Palmeras! o Soleá Morente con Napoleón Solo completan la nómina nacional. Habrá pop, rock, trap, hip-hop, electrónica y dj's, una fórmula que hace malabares entre los intereses del veterano y el recién incorporado. Entre los cabezas de cartel, dos exclusivas: Lana del Rey, con su vaporosa propuesta vintage, por primera vez en el FIB, y los ya habituales Kings of Leon, ambos en sus dos únicos conciertos este año en España. Las guitarras furibundas llevarán la firma de Ezra Furman, Black Lips, The Big Moon o los imprescindibles Fontaines D. C., mientras que los ritmos y rimas de AJ Tracey, Action Bronson, Mavi Phoenix, Krept X Conan u Octavian demostrarán lo fuerte que pega en el Reino Unido la confluencia entre hip-hop, grime e incluso trap. ¿Posibles revelaciones? Yellow Days, Cherry Glazerr, Gerry Cinnamon o Gus Dapperton. Y en terreno de fenómenos comerciales ingleses, los siempre interesantes The 1975 por encima de The Hunna, Gorgon City o You Me At Six.

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“Ver a P. J. Harvey a metros de distancia gritando eso de Lick My Legs, I’m On Fire, o a Richard Hawley con las apoteósicas Run For Me y Valentine o a Primal Scream reventando el escenario principal en varias ocasiones” son algunos de los mejores recuerdos de Jorge Martí. En 2008 coincidieron en una misma edición Leonard Cohen y Enrique Morente en un momento inolvidable.

Morán se queda con “el concierto memorable de Björk en 1998” o “el de P. J. Harvey en 2001” y recuerda que el FIB, en 1996, “ya mezcló pop con electrónica con toda naturalidad, con la presencia de Chemical Brothers y Orbita”. “Los que abrimos entonces mercado éramos nosotros junto al Sónar”, afirma. Sancho describe como “un bombazo” cuando, cursando sus estudios en Lleida, escuchó a Julio Ruiz dar la noticia de la primera edición por Radio 3: “Me pillaba entonces el Melody Maker o el New Musical Express, dejé el libro y me levanté temblando de la silla”, rememora.

Mucho han cambiado las cosas desde entonces. El festival estuvo a punto de no celebrarse en 2013, por un concurso de acreedores, y aunque en los últimos años ha remontado algo el vuelo, habrá qué ver su afluencia. A una semana del inicio aún quedaban habitaciones libres en Benicàssim, algo inaudito desde hace dos décadas.

Analizar el FIB desde la situación actual es “como cuando comparamos a TVE y sus audiencias en los 80 con la televisión hoy, con muchísima competencia y unos hábitos de consumo muy distintos, con Netflix, HBO o YouTube”, sostiene Martí. Y a pesar de su tradición y buen hacer, “es el cartel el que termina inclinando la balanza del público”, añade.

Morán no se ha vuelto a acercar por el festival desde que lo dejó: “Es como cuando te encuentras con una antigua novia que ya está casada y tiene hijos, tiene que pasar tiempo para tomar una cierta distancia”. En su momento lo dejó “por agotamiento mental y físico, después de 15 años muy duros”, y aunque no quiere ser crítico ni irrespetuoso con el actual FIB, sí que reconoce que su línea hoy no es la que él y su hermano Miguel hubieran desarrollado. “Habrá que darles tiempo; necesitan también una buena base de público nacional”. Reconoce que la britanización (ha rozado el 70% del público) empezó con ellos pero solo cobró un impulso determinante en la última década.

Sancho sigue planificando su verano en torno al FIB. Asegura que nunca se ha sentido invadido, pero coincide con otras voces en que el futuro del festival pasa, ineludiblemente, por volver a incrementar la presencia del público estatal. La experiencia dicta que, solo con público británico, la cita de Benicàssim difícilmente será sostenible.

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